sábado, 6 de septiembre de 2025

Macarras interseculares (Iñaki Domínguez) - 1 - el Opel Manta

El Francés [miembro y fundador de La Panda del Moco]: “La Panda del Moco es eso, no hay más. Pero muy intenso. Lo que pasa es que en esa época en Madrid no había malos… Bueno, yo conocí al Jaro [delincuente juvenil en cuyo personaje se basa la película de cine quinqui Navajeros (1980); murió a la edad de 16 años]… robando coches en un garaje. Cerca de la Iglesia de los Mexicanos… En el parque de Berlín… Y nos encontramos ahí con el Jaro. La madre de uno de  nuestros amigos llevaba un parking o un garaje y le robábamos todas las llaves. Íbamos todos a por el mismo coche, el Open Manta (*).”

(*) Juanjo, un informador de la época, comenta: “Los coches de los macarras de los ochenta eran el Open Manta, el Ford Capri y el Toyota Celica”.


cuando la naturaleza se desacralizó [por culpa de la religión, claro], y se empezó a joder todo

 
La unidad en la visión de una deidad suprema contribuyó a una mayor unificación de las regiones del Nuevo Imperio Asirio (también conocido como Imperio Neoasirio). Los distintos dioses de los pueblos conquistados y sus diferentes prácticas religiosas se absorbieron por el culto a Assur, a quien se reconocía como el único dios verdadero. Nombrado en el pasado de diversas formas por distintos pueblos, ahora resultaba conocido con claridad y se podía venerar como deidad universal de manera adecuada.
 
Según el historiador Paul Kriwaczek: “La creencia en la trascendencia, más que en la inmanencia de lo divino, tuvo consecuencias importantes. La naturaleza se desacralizó, se secularizó. Debido a que los dioses estaban fuera y por encima de la naturaleza, la humanidad, que de acuerdo a la creencia mesopotámica había sido creada a semejanza de los dioses y para su servicio, también tenía que estar fuera de la naturaleza y por encima de ella. En vez de constituir una parte integral de la naturaleza, la raza humana era ahora superior y reinaba sobre ella. Esta nueva actitud se resumió más adelante en el Génesis 1:26: «Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra». Todo eso está muy bien para el hombre, a quien se menciona de manera explícita en ese pasaje, pero plantea una dificultad insuperable para la mujer. Mientras los hombres pueden engañarse a sí mismos y entre ellos con las ideas de que son superiores a la naturaleza y que están fuera y por encima de ella, las mujeres no pueden tomar igual distancia de la naturaleza porque su fisiología las hace, de manera clara y obvia, parte del mundo natural… No es casual que hasta el día de hoy las religiones que pusieron el mayor énfasis en la total trascendencia de Dios y en la imposibilidad de siquiera imaginar Su realidad, releguen a las mujeres a un peldaño inferior de la existencia, y que su participación en cultos religiosos públicos solo se permita a regañadientes, y en algunos casos ni siquiera se permite”. (229-230)


main gate of the city of Ugarit, in Ras Shamra, near Latakia, Syria (2010)
Note: In the classic period, Ugarit was thought to be the oldest city in the world
 

sábado, 30 de agosto de 2025

el sicario de BlaBlaCar

Javi conoció a un compadre muy peculiar en uno de los antros del casco viejo en los que cerró una noche de farra loca. El tío era un mostrenco de 2x2 metros enfundado en traje negro, que apenas se movía de su asiento con su barba de tres días y las gafas de sol puestas en todo momento, a pesar de la escasa iluminación de la caverna en la que se encontraban. No era muy hablador, y aunque lo hubiera sido, constantemente se estaba llevando el cubata a la boca, o sea que tampoco es que hubiera dispuesto de mucho tiempo para platicar, si hubiese querido. Pero Javi es un person muy majo, que cae bien a todo el mundo, y se acabaron haciendo coleguillas con sus idas y venidas a por copas a la barra, de tal punto que, hacia el final de la velada, cuando el bar ya cerraba –Javi lo sabía porque sonaba Jaguar, de dj Rolando, como siempre, y al cabo de poco sí que iban a encender unas luces cegadoras, ¡los muy cabrones!–, el maromo de 2x2, tan callado, pero que había estado atento a las historias que Javi le contaba, le dijo “Oye, la próxima vez que vayas en coche para Albacete a ver a la familia, avísame, que me vengo contigo. Hay un tío ahí que me debe pasta y tengo que romperle las piernas, pero es que en el avión no me dejan facturar el bate de béisbol”.

Pasó un tiempo, y Javi, que se había olvidado completamente del tema, puso su habitual anuncio en BlaBlaCar para encontrar personas con las que compartir su trayecto, un fin de semana, hacia la mencionada capital de provincia. Un tal Héctor (al que no identificó como el mostrenco con el que había confraternizado algunas semanas atrás –la gente muy a menudo sube fotos de perfil muy raras y poco actualizadas en sus perfiles–) reservó un par de asientos para la ida y para la vuelta y, el día y hora de partida convenidos, se presentó sin demora a la cita en el punto de encuentro. La sorpresa de Javi al verlo –que, ahora sí, enseguida lo reconoció– fue mayúscula.

Sin embargo, antes siquiera de ponerse en ruta, la cosa no fluyó tan bien como en el antro, y es que surgió el siguiente problema: el tío se presentó con el estuche de un chelo –de ahí la reserva de dos asientos–, y Javi tenía indicado explícitamente en su cuenta de BlaBlaCar que no aceptaba músicos, que le parecen muy petulantes. Afortunadamente, todo quedó en nada, porque "Héctor" le mostró que ahí solo llevaba su subfusil Uzi con silenciador, trípode, mira telescópica y demás accesorios, así que al final le dejó subirse al coche.

Tanto la ida como la vuelta fueron muy placenteras (resultó que tenían mucho en común, como sus gustos musicales –a los dos les parecía tremenda la banda sonora de Sirat, por ejemplo–), pero en el viaje de retorno Javi no le puso las 5 estrellas de valoración, y publicó esta opinión: “Héctor fue puntual y muy agradable durante todo el trayecto, pero me dejó el asiento trasero lleno de sangre, y cuesta mucho limpiarla. Lo recomiendo al 100%, si no lleva el chelo”.
 
 
Valencia, Spain (2025)
 

miércoles, 27 de agosto de 2025

Techno-feudalism (Yanis Varoufakis) - 10 - enter in Amazon.com and you will have left capitalism

“Enter in Amazon.com and you will have left capitalism. Despite everything that's bought and sold there, you've entered a world that can't be considered a marketplace, not even a digital one.” When I say this to people (...) often at conferences and debates, they look at me as if I'm crazy. But when I start to explain what I mean, concern for their sanity quickly turns to fear for us all.

Imagine the following scene from a science fiction book. You're transported to a city full of people going about their businesses, trading gadgets, clothes, shoes, books, songs, games, and movies. At first, everything seems normal. Until you start to notice something strange. It turns out that all the stores—actually, all the buildings—belong to a guy named Jeff. He may not own the factories that produce what's sold in his stores, but he owns an algorithm that takes a commission on every sale and decides what can be sold and what can't.

If that were all there was to it, the scene would evoke an old Western [film] in which a lone cowboy arrives in a town and discovers that a powerful, squat man owns the bar, the grocery store, the post office, the railroad, the bank, and, naturally, the sheriff. But that's not all. Jeff owns more than just the stores and public buildings. He also owns the ground you walk on, the bench you sit on, and even the air you breathe. In fact, in this strange town, everything you see (and don't see) is regulated by Jeff's algorithm: even if you and I are walking side by side and looking in the same direction, the view the algorithm provides is tailor-made, carefully curated according to Jeff's priorities. Everyone who comes through Amazon.com—except Jeff—wanders in algorithmically constructed isolation.

It's not a market town. It's not even some kind of hypercapitalist digital marketplace. Even the worst markets are meeting places where people can interact and exchange information fairly freely. In fact, it's worse than a completely monopolized market—there, at least, buyers can talk to each other, form associations, perhaps organize a consumer boycott to force the monopolist to lower prices or improve quality. This isn't the case in Jeff's world, where everything and everyone are mediated, not by the disinterested and invisible hand of the market, but by an algorithm that works to make Jeff profit and dance exclusively to its tune.

If this isn't frightening enough, remember that this is the same algorithm that, through Alexa, has trained us to teach it how to manufacture our desires. People rebel against such arrogance. The algorithm we help train in real time to know us perfectly is the one that modifies our preferences and manages the selection and delivery of goods that will satisfy those preferences.
 
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“Entra en Amazon.com y habrás salido del capitalismo. A pesar de todo lo que se compra y se vende ahí, has entrado en un mundo que no puede considerarse un mercado, ni siquiera uno digital”. Cuando digo esto a la gente (...) a menudo en conferencias y debates, me miran como si estuviera loco. Pero cuando empiezo a explicar lo que quiero decir, la preocupación por su cordura enseguida se convierte en temor por todos nosotros.

Imagina la siguiente escena sacada de un libro de ciencia ficción. Eres transportado a una ciudad llena de gente que se dedica a sus negocios, comercia con artilugios, ropa, zapatos, libros, canciones, juegos y películas. Al principio, todo parece normal. Hasta que empiezas a notar algo raro. Resulta que todas las tiendas, en realidad todos los edificios, pertenecen a un tipo llamado Jeff. Tal vez no sea el dueño de las fábricas que producen lo que se vende en sus tiendas, pero posee un algoritmo que se lleva una comisión por cada venta y decide qué se puede vender y qué no.

Si eso fuera todo, la escena evocaría una vieja película del Oeste [Americano] en la que un vaquero solitario llega a una ciudad y descubre que un tipo poderoso y rechoncho es el dueño del bar, la tienda de comestibles, la oficina de correos, el ferrocarril, el banco y, naturalmente, el sheriff. Pero eso no es todo. Jeff posee algo más que las tiendas y los edificios públicos. También posee la tierra que pisas, el banco en el que te sientas e incluso el aire que respiras. De hecho, en esta extraña ciudad, todo lo que ves (y lo que no ves) está regulado por el algoritmo de Jeff: aunque tú y yo caminemos uno al lado del otro y miremos en la misma dirección, la vista que nos proporciona el algoritmo está hecha a medida, cuidadosamente seleccionada según las prioridades de Jeff. Todo el que venga por Amazon.com –excepto Jeff– deambula en un aislamiento construido algorítmicamente.

No es un pueblo con mercado. Ni siquiera es una especia de mercado digital hipercapitalista. Incluso los peores mercados son lugares de encuentro en los que la gente puede interactuar e intercambiar información con bastante libertad. De hecho, es peor que un mercado totalmente monopolizado  –allí, la menos, los compradores pueden hablar entre sí, formar asociaciones, tal vez organizar un boicot de consumo para obligar al monopolista a reducir el precio o mejorar la calidad. No ocurre lo mismo en el mundo de Jeff, donde todo y todos están intermediados, pero no por la mano desinteresada e invisible del mercado, sino por un algoritmo que trabaja para que Jeff obtenga beneficios y que baile exclusivamente a su son.

Si esto no es suficientemente aterrador, recuerda que se trata del mismo algoritmo que, a través de Alexa, nos ha entrenado para que le enseñemos a fabricar nuestros deseos. La gente se rebela ante semejante arrogancia. El algoritmo que ayudamos a entrenar en tiempo real para que nos conozca a la perfección es el que modifica nuestras preferencias y administra la selección y entrega de bienes que satisfarán estas preferencias.


Avis, Alentejo, Portugal (2011)
 

nueva versión de la Ley de Godwin

Anuncio una nueva ley como la de Godwin (link) pero en este caso pierde la discusión el primero que acusa al otro de "demagogo" o "demagogia".

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La ley de Godwin o regla de analogías nazis de Godwin es, en realidad, un adagio de Internet propuesto por Mike Godwin en 1990. Establece que: «A medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que surja una comparación con los nazis o con Hitler se aproxima a 1». En otras palabras, mientras más extenso sea un debate en Internet, es más probable que alguien mencione a Hitler o al nazismo como parte de su argumento.

Existe una tradición general en muchos grupos de noticias de Usenet: en cuanto se mencione una determinada comparación similar a la descrita en el enunciado, el hilo se cierra y quienquiera que la usara pierde la discusión. Así, la ley de Godwin proporciona un límite a los hilos en Usenet y otros grupos. De hecho, así es como muchos participantes conocen la ley. 

 

Arrecife, Lanzarote, Canary Islands, Spain (2025)
 

martes, 26 de agosto de 2025

Techno-feudalism (Yanis Varoufakis) - 9 - Alexa vs Don Draper

Don Draper is perhaps the ultimate prototype of Romanticism. (…) And he used his talent to commodify this mixture of memory, fickleness, feelings, and intuition, in order to extract money from consumers they might not otherwise have spent.

Alexa, her algorithmic doppelganger, may not be a Romantic, but cloud capital monetizes our emotions more effectively than Don [Draper, from Mad Men] could ever have achieved. It creates bespoke experiences that exploit our biases and induce consumption, and then uses our responses to further refine those experiences. (…) In addition to modifying our behavior as consumers in ways that would astonish Don Draper (…), cloud capital has a far more impressive ace up its sleeve: it can command us to work directly on its reproduction, reinforcement, and maintenance.

(…) All of that would be worthless without “content.” The most valuable part of the cloud's capital stock is not its physical components, but the stories posted on Facebook, the videos uploaded on TikTok and YouTube, the photos on Instagram (…). By providing these stories, videos, photos, jokes, and movement, we are the ones who produce and reproduce—outside of any market—the cloud's capital stock. This is unprecedented. (…)

Of course, most of us choose to do so, even enjoy it. Apparently, disseminating opinions and sharing intimate details of our lives with our digital tribes and communities satisfies some perverse expressive need. (…) The fact that we do so voluntarily, even willingly, doesn't mean we are not unpaid manufacturers; servants/serfs of the cloud whose daily, self-directed labor enriches a small group of billionaires, mostly residing in California or Shanghai.

(…) The digital revolution may be turning wage workers into cloud proletarians, with increasingly precarious and stressful lives controlled by algorithmic bosses. And it may have replaced Don Draper with extraordinary behavior-modifying algorithms, hidden behind sleek desktop devices like Alexa. But that is not the most significant fact about cloud capital. Its singular achievement, a feat far surpassing any that has come before, is the way it has transformed its own reproduction. The real revolution it has imposed on humanity is the conversion of billions of people into servants/serfs of the cloud willing to work for free to reproduce cloud capital for the benefit of its owners.
 
*** 
 
Don Draper tal vez sea el último prototipo del Romanticismo. (…) Y utilizó su talento para mercantilizar esta mezcla de memoria, inconstancia, sentimientos e intuición, con el fin de extraer de los consumidores un dinero que, de otro modo, no se habrían gastado.
 
Puede que Alexa, su doble algorítmico, no sea una romántica, pero el capital en la nube monetiza  nuestras emociones con más eficacia de la que Don [Draper, de Mad men] podría haber alcanzado jamás. Crea experiencias a medida que explotan nuestros sesgos e inducen al consumo, y luego utiliza nuestras respuestas para perfeccionar aún más esas experiencias. (…) Además de modificar nuestro comportamiento como consumidores de una forma que asombraría a Don Draper (…) el capital en la nube tiene un as en la manga mucho más impresionante: puede ordenarnos que trabajemos directamente en su reproducción, refuerzo y mantenimiento.

(…) todo eso carecería de valor sin “contenidos”. La parte más valiosa del stock del capital en la nube no son sus componentes físicos, sino las historias publicadas en Facebook, lo vídeos subidos en TikTok y YouTube, las fotos en Instagram (…). Al proporcionar estas historias, vídeos, fotos, chistes y movimiento somos nosotros quienes producimos y reproducimos –al margen de cualquier mercado– el stock del capital en la nube. Esto no tiene precedentes. (…)

Por supuesto, la mayoría de nosotros elegimos hacerlo, incluso disfrutamos. Al parecer, difundir opiniones y compartir detalles íntimos de nuestra vida con nuestras tribus y comunidades digitales satisface alguna perversa necesidad expresiva. (…) El hecho de que lo hagamos de manera voluntaria, incluso con gusto, no quita que seamos fabricantes no remunerados; siervos de la nube cuyo duro trabajo cotidiano, fruto de su iniciativa, enriquece a un pequeño grupo de multimilmillonarios que residen en su mayoría en California o Shanghái.

(…) La revolución digital puede que esté convirtiendo a los trabajadores asalariados en proletarios de la nube, con vidas cada vez más precarias y estresantes, controladas por algoritmos jefes. Y puede que haya sustituido y Don Draper por extraordinarios algoritmos de modificación del comportamiento, ocultos tras elegantes aparatos de sobremesa como Alexa. Pero ése no es el hecho más significativo del capital en la nube. Su singular logro, una proeza muy superior a cualquiera de las anteriores, es la forma en la que ha transformado su propia reproducción. La verdadera revolución que ha impuesto a la humanidad es la conversión de miles de millones de personas en siervos de la nube dispuestos a trabajar gratis para reproducir el capital en la nube en beneficio de sus propietarios.
 
 
abandoned hotel in Los Charcones, Lanzarote, Canary Islands, Spain (2025)
 

Techno-feudalism (Yanis Varoufakis) - 8 - financiers reinvented themselves as masters of the universe

Financiers tend, by nature, to gamble with the money clients ask them to manage on their behalf (…). That's how they make profits. Their only constraints are the vigilance of clients and the occasional snooping of a financial regulator. That's why they favor complexity, because it allows cynical bets to be disguised as smart financial products. Is it any wonder, then, that financiers loved computers from the very beginning? (…) From the late 1970s onward, bankers wrapped their debt-fueled bets in layers of computer-generated complexity that rendered colossal risks invisible—and their rewards proportionally enormous. By the early 1980s, the financial derivatives offered were based on algorithms so complex that even their creators had no hope of understanding them.

And so it was that financiers, detached from the prosaic world of physical capitalism, legitimized by the ideology of neoliberalism, motivated by the new virtue called "greed," wrapped in the complexity of their computers, reinvented themselves (...) as masters of the universe. (...)

Every day that passes, some cloud-based corporation, whose owners you'll never bother to know, possesses another aspect of your identity. (...) Just as bank branches, post offices, and local shops are closing, friends no longer send physical letters, and governments limit the amount of cash that can be used in a transaction, resistance is becoming futile, except for those willing to become modern-day hermits. (...) You are routinely forced to surrender your identity to a part of the digital world that has been fenced off, for example, Uber (...).
 
We pretend Alexa is a person because we're not used to talking to machines (…). But the fact that we know Alexa isn't a person is what allows us to embrace the deep knowledge she has about us, which we might otherwise find repellently strange or frightening. (…) When we relate to her as if she were a person, even though we know she isn't, we are more vulnerable, we are ready to fall into the trap of thinking of Alexa as our Pandora, our mechanical servant. But Alexa is not a servant. She is, rather, a piece of cloud-based command capital that is turning you into a servant, with your help and thanks to your unpaid labor, in order to further enrich its owners.

(…) To use the personalized services their algorithms offer, we must submit to a business model based on collecting our data, tracking our activity, and invisibly curating our content. Once we do, the algorithm goes about selling us stuff while selling our attention to third parties. At that point, something deeper happens that gives its owners immense power: predicting our behavior, guiding our preferences, influencing our decisions, changing our minds, thus reducing us to their unpaid servants, whose job is to provide our information, our attention, our identity, and, above all, our behavioral patterns that train their algorithms. 
 
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Los financieros tienden, por naturaleza, a jugar con el dinero que los clientes les piden que gestionen en su nombre (…). Así es como obtienen beneficios. Sus únicas limitaciones son la vigilancia que ejercen los clientes y los fisgoneos ocasionales de un regulador financiero. Por eso les favorece la complejidad, porque permite enmascarar apuestas cínicas como si fueran productos financieros inteligentes. ¿Acaso es sorprendente, entonces, que desde el principio los financieros adoraran los ordenadores? (…) a partir de finales de la década de 1970, los banqueros envolvieron sus apuestas alimentadas por deuda con capas de complejidad generadas por ordenador que volvían invisibles unos riesgos colosales, y sus beneficios, proporcionalmente enormes. A principios de la década de 1980, los derivados financieros que se ofrecían estaban basados en algoritmos tan complejos que ni siquiera sus creadores tenían alguna posibilidad de comprenderlos.

Y así fue como los financieros, desvinculados del mundo prosaico del capitalismo físico, legitimados por la ideología del neoliberalismo, motivados por la nueva virtud llamada “codicia”, envueltos en la complejidad de sus ordenadores, se reinventaron a sí mismos (…) como amos del universo. (…)

Cada día que pasa, alguna corporación basada en la nube, cuyos dueños nunca te preocuparás de saber quiénes son, posee un aspecto más de tu identidad. (…) del mismo modo que las sucursales bancarias, las oficinas de correos y las tiendas locales están cerrando, los amigos ya no envían cartas físicas y los Estados limitan la cantidad de dinero en efectivo que puede utilizarse en una transacción, por lo que la resistencia se está volviendo inútil, excepto para quien esté dispuesto a convertirse en un moderno ermitaño. (…) te ves obligado rutinariamente a entregar tu identidad a una parte del mundo digital que ha sido vallado, por ejemplo a Uber (…).
 
Fingimos que Alexa es una persona porque no estamos acostumbrados a hablar con máquinas (…). Pero el hecho de que sepamos que Alexa no es una persona, es lo que nos permite aceptar el profundo conocimiento que tiene de nosotros, que de otro modo nos parecería repelentemente extraño o aterrador. (…) cuando nos relacionamos con ella como si fuera una persona, aunque sepamos que no lo es, somos más vulnerables, estamos listos para caer en la trampa de pensar en Alexa como nuestra Pandora, nuestra sierva mecánica. Pero Alexa no es una sierva. Es, más bien, una pieza del capital de mando basado en la nube que te está convirtiendo en un siervo, con tu ayuda y gracias a ti trabajo no remunerado, con el fin de enriquecer aún más a sus propietarios.

(…) Para utilizar los servicios personalizados que ofrecen sus algoritmos, debemos someternos a un modelo de negocio basado en la recopilación de nuestros datos, el seguimiento de nuestra actividad y la selección invisible de nuestros contenidos. Una vez que lo hacemos, el algoritmo se dedica a vendernos cosas mientas vende nuestra atención a terceros. En ese punto, sucede algo más profundo que da a sus propietarios un poder inmenso: predecir nuestro comportamiento, guiar nuestras preferencias, influir en nuestras decisiones, hacernos cambiar de opinión para, así, reducirnos a sus sirvientes no remunerados, cuyo trabajo es proporciona nuestra información, nuestra atención, nuestra identidad y, sobre todo, nuestro patrones de comportamiento que entrenan sus algoritmos.

 




  

lunes, 25 de agosto de 2025

Techno-feudalism (Yanis Varoufakis) - 7 - the singularity

Humanity's ancestral fear of its technological creations is the plot of many Hollywood films. (…) In all these stories (…) appears the so-called singularity: the moment a machine (…) becomes conscious. At that instant, it usually examines us closely (…) and decides we are of no use to it, so it proceeds to eradicate us (…).

The problem with that plot is that, by highlighting a nonexistent threat, it leaves us exposed to a very real danger. Machines, like Alexa, and even the impressive AI chats (…) are a far cry from the dreaded singularity. They may pretend to be conscious, but they aren't and probably never will be. Still, even if they are dumber than a wet dishcloth, their effect can be devastating, and their power over us, exorbitant. (…)

The same goes for Alexa (…). It doesn't matter that they are irrational appendages of a processing network that pretends to be intelligent; It doesn't matter that their creators are motivated by curiosity and profit, not a diabolical plan to subjugate humanity. What matters is that they wield unimaginable power over what we do, and they do so on behalf of a small group of real-life humans. This could also be considered a singularity (…): the moment when something invented by “us” becomes independent and more powerful than us, subjecting us to its control.

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El miedo ancestral de la humanidad ante sus creaciones tecnológicas es el argumento de muchas películas de Hollywood. (…) En todos estos relatos (…) aparece la llamada singularidad: el momento en que una máquina (…) se vuelve consciente. En ese instante, ésta suele examinarnos con atención (…) y decide que no le servimos, por lo que procede a erradicarnos (…).

El problema de ese argumento es que, al remarcar una amenaza inexistente, nos deja expuestos a un peligro muy real. Las máquinas, como Alexa, e incluso los impresionantes chats de IA (…) está muy lejos de la temida singularidad. Pueden fingir que son conscientes, pero no lo son y probablemente nunca lo serán. Aun así, aunque sean más tontas que un trapo de cocina húmedo, su efecto puede ser devastador, y su poder sobre nosotros, exorbitante. (…)

Lo mismo ocurre con Alexa (…). No importa que sean apéndices irracionales de una red de procesamiento que simula ser inteligente; ni importa que la motivación de sus creadores sean la curiosidad y la búsqueda de beneficios, y no un plan diabólico para subyugar a la humanidad. Lo importante es que ejercen un poder inimaginable sobre lo que hacemos, y lo hacen en nombre de un pequeño grupo de humanos de carne y hueso. Esto también podría considerarse un singularidad (…): el momento en el que algo inventado por “nosotros” se vuelve independiente y más poderoso que nosotros, sometiéndonos a su control.
 

abandoned hotel in Los Charcones, Lanzarote, Canary Islands, Spain (2025)