Si consideras que sin policía el mundo no sería un caos de robo, asesinato y violación continua, eres el mayor buenista. Por lo tanto, si crees que puede existir un mundo mejor, basado en la libertad y la igualdad, serás buenista. La intención de la palabra, claro, es anular el debate. En frente de los buenistas no se sitúan los malistas, sino los realistas. Los que saben lo que hay. Los que ven el mundo como es. Pragmáticos y resolutivos. Los que vigilan el mal para mantenerlo a raya, aunque a veces tengan que usar métodos un tanto explícitos. Los policías. Corren por lo tanto malos tiempos para imaginar otros mundos que no sean peores. (…)
La imposibilidad de pensar en un futuro mejor actúa al tiempo como condición de partida y como dique de contención. Si no hay ninguna propuesta, es imposible desbordar al sistema. (…) Habrá lectores que, durante la lectura de este texto, hayan pensado que la crítica es más o menos acertada (…) Pero aceptarán el papel policial como un mal menor. (…) Recogerán aquella máxima de la Revolución Francesa: “La garantía de los derechos del hombre y del ciudadano necesita una fuerza pública”. (…) La propuesta de Platón respecto de unos guardianes educados en la comprensión de la moral es un absurdo. Los guardias, guardias son. Solo sirven para guardar. Y solo guarda el que tiene. Por lo tanto, vayamos más allá de lo que el capitalismo parlamentario propone. Tengamos presente aquello que decía Alain Badou: “Los partidarios del orden establecido no pueden en realidad describirlo como perfecto o maravilloso. Por eso prefieren venir a decirnos que todo lo demás fue, es o sería horrible”. No caigamos en la trampa de la anulación de la utopía.
Imaginar un mundo sin policía es imaginar un mundo distinto. En cuanto la propiedad privada hace su aparición en escena y comienza a producir acumulación de riqueza por parte de un grupo social, surgirán leyes que aparentemente protejan a toda la sociedad, pero que tendrán como objetivo fundamental defender a los grandes propietarios. Y se crearán cuerpos armados para perseguir a quienes quebranten dichas leyes.
Al mismo tiempo, las diferencias de riqueza generan la ruptura social. Una parte del mundo no solo vive a expensas de otro, sino que lo hace en una dimensión distinta. Sus preocupaciones diarias nada tienen que ver con las del común de los mortales. Se fractura incluso el espacio. Cada cual transita sus propias calles, ríos, mares o incluso su propio espacio, en el que no ve al otro.
En ese campo de juego, se abre la puerta al miedo al otro. Y quienes poseen la mayor parte de la riqueza explotan ese miedo propio como si fuera extensible al resto de la sociedad. El miedo a que sus palacios sean asaltados llega a la clase media en forma del fantasma okupa. Se clama por una mayor presencia policial, claro.
Vincular la eliminación de la policía a la de la propiedad privada tiene su raíz en una enorme parte de los delitos que persiguen las fuerzas de seguridad. Las comunidades con propiedad colectiva no necesitan policía. Pero también es necesario un cambio en la forma de mentalidad en la resolución de los conflictos. (…) Un mundo sin propiedad privada y con cohesión grupal no evitará todos los daños, pero los gestionará de forma diferente.
La policía - Un análisis crítico (Colectivo La Plebe)
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