viernes, 16 de febrero de 2018

algo no debe marchar bien en nuestras vidas

Algo no debe marchar bien en nuestras vidas, cuando lo único que tenemos por merienda es una bolsa de plástico del Mercadona con 500 pastillas en el centro de la mesita de la terraza, junto a la piscina. De ahí vamos cogiendo alguna de tanto en cuanto entre risas, como si fueran los quicos que le ponen a uno con su caña en el bar Manolo.

Cómo son las drogas, que hermanan a la gentuza más dispar. Ibiza, tierra de machitos depilados y pescaderas oxigenadas, garrulos y macarras de la Elipa; zoológico humano que contemplan desde los reservados, y protegidos por gafas de Sol, aunque sea de noche y en el interior de una discoteca, jeques qataríes en sus túnicas blancas, mientras descorchan botellas de Moet Chandon de 1000€. Menuda basura nos rodea.

Todos somos cada vez más una caricatura de nosotros mismos. O tal vez sólo lo sea yo, y quiero que lo sean todos. Life is my gym. La vida es mi gimnasio, mientras bailo empapado de sudor. Mi cerebro que ya no es capaz de producir razonamientos elaborados. Sólo slogans de anuncios de ropa deportiva pretenciosos. Y mis dientes mellados… tantos años de ese ritual masoquista que es masticar las pastillas y pulverizarlas en la boca, creyendo que así se absorben y suben más rápido en el estómago.

Parafraseando al gran Christopher McCandless: Complaining is not real unless shared. La queja no es real a no ser que sea compartida. Y qué es lo que hemos venido a hacer a esta isla, sino a compartir nuestras quejas con desconocidos. Qué sino es eso de drogarse por las noches, la queja por antonomasia, la rebelión introspectiva, pero a la vez en comunión –¡jódete, sociedad!–; la conexión con el nazi, con el yesero y la pescadera, el magnate del crudo, la panadera y el monitor de crossfit, y conmigo, el falso macarra de la Elipa. Y así nos tragamos las quejas, y las mastico, una tras otra. Ya quedan pocas en la bolsa –¡jódete, sociedad! ¡jodiéndome te jodo!–.



Subotica, Vojvodina, Serbia (2015)