miércoles, 25 de junio de 2014

They are just what they are

As I got close to the coffin,
where always belonged to,
the fist, triggered by an own,
primal will, hit hard on those
wooden doors of Hell,
and I faced my demons,
since, in the end,
they are just what they are.


“Forever drunk, I wanna be forever drunk”

You’ll hear me calling.
You’ll hear me praying,
“forever drunk,
I wanna be forever drunk.”
Mind it a distant joke
of whoever I was before,
bleeding the love,
like a vulgar son of parsimony.
How did I look like?
The bear beheaded?
I kept asking myself.
Swallowing the entire pool,
holding the bottles tight
against my chest;
since who when flying
cares about a thing?


la orgía de contenidos espurios

Tras largo rato proponiéndomelo, apenas sí logro zafarme del abrazo pegajoso de estas (nunca mejor dicho) redes sociales (*), que atrapan a uno con sus vídeos y otras mierdas, a cada cual con título más pretencioso. Es la orgía de contenidos espurios, blanco fácil de petulantes como yo.

Qué avidez la de este entretenimiento de bajo coste y menor aporte proteico, robándome mi tiempo, gritándome si no es mejor medrar como virus que morir siendo nada. Pero, ¿cómo se lucha contra todos queriéndome imponer la necesidad de hacer difusión de sus complejos? Sin duda, socialista perverso el que decidió que los asuntos de todos merecían un altar, y la misma atención.
 
 
barrio de El Tubo, Zaragoza, Aragón (2023)
 

(*) [Rebeca Solnit] describe su experiencia de vivir en San Francisco como “ser un conejito devorado por la serpiente de Silicon Valley”, a quien acusa de haber traído “la era de la tecnología”. Una coyuntura que genera “aislamiento e individualización. La gente no pasa mucho tiempo en público, en grupo”. Esto es preocupante porque, según sostuvo, “la democracia depende de que tengamos esa conexión con los extraños, con gente distinta a nosotros. Si no salimos y no nos movemos, lo perdemos”. “Necesitamos de la acción colectiva para proteger incluso los elementos de nuestra vida más introspectivos y personales que se han visto borrados, pisoteados, menospreciados”, afirmó


en el zoológico de sonrisas escayoladas

Siendo pequeño,
fui por piernas liberado
en un zoológico de sonrisas escayoladas.
De esas con grietas
que uno escarba con la mirada.

con niñas con tinte en las cejas,
y enloquecía con su danza volátil
entorno a las mesas ajadas de madera.

sin reconocerme ávido por sus carnes,
mientras que de los flancos afilados
brotaba incontenible la estulticia.

besándose todos los temores,
alimentados de mi compasión,
ni los rugidos a nuestras orejas,
que las niñas tomaban a risa,
y a mí aún en el corazónhiela.


ese pueblo

En ese pueblo (como probablemente en cualquier otro), todo el mundo tenía un pasado, pero, contrariamente a lo que es habitual, allí todo el mundo te lo contaba. Por supuesto, es fascinante conocer los detalles de la juventud de los otros, pero me intriga más saber el porqué de esa necesidad de los lugareños de explicarlos a cualquier desconocido. ¿Qué impele al panadero o al funcionario del ayuntamiento a contarte sus vidas (pero sobre todo sus fiestas) desde que tenían 15 años hasta los 35?


la profesión más codiciada [en la ciudad más aburrida del mundo: arrancador de chicles del suelo], Vancouver, British Columbia, Canada (2008)
 

Aprobadlos a todos, que Dios sabrá reconocer a los suyos

Aprobadlos a todos, que Dios sabrá reconocer a los suyos