martes, 18 de noviembre de 2025

Techno-feudalism (Yanis Varoufakis) - 15 - socialism or barbarism?

What would have to happen for capitalism to disappear? In your youth, you had a precise answer: capitalism, like Dr. Frankenstein, would indirectly bring about its own demise, a deserved victim of its principal creation: the proletariat. You were convinced that capitalism was giving rise to two great factions destined to clash: the capitalists, who didn't physically work with the revolutionary technologies they possessed; and the proletarians, who worked day and night in, on, under, or with these technological marvels, from merchant ships and railroads to tractors, conveyor belts, and industrial robots. The revolutionary technologies weren't a threat to capitalism. But the revolutionary workers who knew how to operate those incredible machines were. 
 
The more capital dominated the global economic and political sphere, the closer the two sides would come to clashing in a crucial battle. At its conclusion, for the first time, good would have triumphed over evil on a planetary scale. The irreconcilable division of humanity, between owners and non-owners, would be healed. Values ​​would never again be reduced to prices. And humanity would finally reconcile with itself, making technology cease to be its master and instead become its servant. 
 
In practice, your vision meant the birth of a truly technologically advanced socialist democracy. Collectively owned capital and land would be used to produce what society needed. Managers would be accountable to the employees who elected them, to customers, and to society as a whole. Profit, understood as a driving force, would disappear because the distinction between profit and wages would cease to be relevant: all employees would be equal shareholders, and their compensation would come from their company's net income. The simultaneous demise of the stock market and the labor market would make banking a rigid sector, like public utilities. Consequently, markets and concentrated wealth would lose their brutal power over communities, allowing us to collectively decide how to provide healthcare and education and protect the environment. 
 
Things could not have turned out more differently. Even in Western countries where national unions were powerful (...), wage earners failed to organize effectively and ended up accepting the idea that capitalism was the “natural” system. Solidarity between workers in the North and the South remains a frustrated dream. Capital continues to grow stronger. And in those places where revolutions based on your vision triumphed, sooner or later life ended up resembling a cross between Animal Farm and 1984 by George Orwell. I will never forget when you confessed to me, while telling me horrific stories of the years you spent in Greek prison camps for leftists, what feeling overwhelmed you most then: that if our side had come to power, you would probably be in the same prison but with different guards. It was a reflection of the anguish felt by genuine leftists around the world: good people, devoted to a vision, who ended up in gulags guarded by former comrades or, worse still, in positions where they wielded the very kind of power their ideology detested.
 
However, your prediction is holding up remarkably well, though not in the way you would have liked. Capitalism is dying; it is an indirect and deserved victim of its greatest creation: the Cloudalists, not the proletariat. And little by little, the two great pillars of capitalism (profit and markets) are being replaced. Unfortunately, instead of a post-capitalist system that finally remedies human divisions and ends the exploitation of people and the planet, the system that is taking shape intensifies and generalizes exploitation in ways that were previously unimaginable, except perhaps for science fiction writers. Thinking back, Dad, why do we let ourselves be lulled by the comforting illusion that the death of something bad would necessarily bring us something better? Rosa Luxemburg's devastating question, "Socialism or barbarism?", was not rhetorical. Undoubtedly, the answer could be barbarism, extinction.
 
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¿Qué tendría que suceder para que el capitalismo desapareciera? En tu juventud tenías una respuesta precisa: el capitalismo, como el Dr. Frankenstein, provocará indirectamente su propia muerte, víctima merecida de su principal creación: el proletariado. Estabas convencido de que el capitalismo estaba dando lugar a dos grandes bandos destinados a enfrentarse: los capitalistas, que no trabajaban físicamente con las tecnologías revolucionarias que poseían; y los proletarios, que trabajaban día y noche en, sobre, bajo o con estas maravillas tecnológica, desde barcos mercantes y ferrocarriles hasta tractores, cintas transportadoras y robots industriales. Las tecnologías revolucionarias no eran una amenaza para el capitalismo. Pero los trabajadores revolucionarios que sabían hacer funcionar esas máquinas increíbles sí lo eran.

Cuanto más dominara el capital la esfera económica y política mundial, más cerca estarían ambos bandos de enfrentarse en una batalla crucial. A su término, por primera vez, el bien habría vencido al mal a escala planetaria. La irreconciliables división de la humanidad, entre propietarios y no propietarios, quedaría sanada. Los valores nunca más se reducirían a precios. Y la humanidad se reconciliaría por fin consigo misma y haría que la tecnología dejara de ser su ama para convertirse en su sierva.
En la práctica, tu visión significaba el nacimiento de una verdadera democracia socialista tecnológicamente avanzada. El capital y la tierra de propiedad colectiva se usarían para producir lo que la sociedad necesitara. Los directivos responderían ante los empleados que los eligieron, ante los clientes y el conjunto de la sociedad. El beneficio, entendido como fuerza motriz, desaparecería porque la distinción entre beneficio y salarios dejaría de tener sentido: todos los empleados serían accionistas paritarios y su remuneración procedería de los ingresos netos de su empresa. La muerte simultánea del mercado de acciones y del mercado laboral convertiría a la banca en un sector rígido, como el de los servicios públicos. En consecuencia, los mercados y la riqueza concentrada perderían su brutal poder sobre las comunidades, permitiéndonos decidir colectivamente cómo prestar servicios sanitarios y educativos y proteger el medioambiente.

Las cosas no podría haber salido de manera más diferente. Incluso en los países occidentales donde los sindicatos nacionales eran poderosos (…), los trabajadores asalariados no consiguieron organizarse eficazmente y acabaron aceptando la idea de que el capitalismo era el sistema “natural”. La solidaridad entre los trabajadores del norte y lo del sur sigue siendo un sueño frustrado. El capital no deja de fortalecerse. Y en aquellos lugares donde triunfaron revoluciones que apostaban por tu visión, tarde o temprano la vida acabó pareciéndose a un cruce entre Rebelión en la granja y 1984, de George Orwell. Nunca olvidaré cuando me confesaste, mientras me contabas horribles historias de los años que pasaste en los campos de prisioneros para izquierdistas griegos, cuál era el sentimiento que más te abrumaba entonces: que, si nuestro bando hubiera llegado al poder, probablemente estarías en la misma prisión pero con guardias diferentes. Era un reflejo de la angustia que sentían los auténticos izquierdistas en el mundo: buenas personas, entregadas a una visión, que acabaron en gulags custodiados por antiguos camaradas o, pero aún, en puesto donde ejercían el tipo de poder que su ideología detestaba.

Sin embargo, tu predicción está aguantado muy bien, aunque no de la manera que desearías. El capitalismo está muriendo, está siendo víctima indirecta y merecida de su mayor creación: los nubelistas, no el proletariado. Y poco a poco, los dos grandes pilares del capitalismo (el beneficio y los mercados) están siendo sustituidos. Por desgracia, en lugar de un sistema post-capitalista que remedie por fin las divisiones humanas y acabe con la explotación de las personas y del planeta, el sistema que se está conformando intensifica y generaliza la explotación de maneras que hasta ahora eran inimaginables, salvo quizás para los escritores de ciencia ficción. Haciendo memoria, papé, ¿por qué nos dejamos llevar por la tranquilizadora ilusión de que la muerte de algo malo nos traería necesariamente algo mejor? La devastadora pregunta de Rosa Luxemburgo, “¿socialismo o barbarie?”, no era retórica. Sin duda, la respuesta podría ser barbarie, extinción.
 
 
Jaisalmer, Rajasthan, India (2010)
 

domingo, 16 de noviembre de 2025

Techno-feudalism (Yanis Varoufakis) - 13 - can we mortals ever reclaim the power of the cloud-dwelling aristocracy?

(…) Dad, let’s return for a moment to your beloved Hesiod. Besides warning us that every new era shaped by revolutionary technology gives rise to a generation whose members “will never cease to be burdened with toil and miseries by day, nor to be corrupted by night,” Hesiod also bequeathed us a crucial allegory: that of an aristocracy of gods dwelling above the clouds surrounding Mount Olympus, jealously clinging to their exorbitant power over us mortals. By depicting this world as the natural and eternal order of things, Hesiod poses a difficult question to humanity, as pertinent to us as it was to the Iron Age generation: can we mortals ever reclaim the power of the cloud-dwelling aristocracy? And, if we did, would we know what to do with that power? In other words, was Prometheus a fool to steal fire from the gods? And if he wasn't, what would be the task of the modern Prometheus in the age of cloud capital? This is the ultimate question that I will try to answer in the last chapter of this book.
 
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(…) papá, volvamos por un momento a tu querido Hesíodo. Además de advertirnos de que toda nueva era conformada por una tecnología revolucionaria da lugar a una generación cuyos miembros “no cesarán de estar abrumados de trabajos y de miserias durante el día, ni de ser corrompidos durante la noche”, Hesíodo también nos legó una alegoría crucial: la de una aristocracia de dioses que habitan por encima de las nubes que rodean al monte Olimpo, aferrándose celosamente a su exorbitante poder sobre nosotros, los mortales. Al describir este mundo como si se tratara del orden natural y eterno de las cosas, Hesíodo plantea a la humanidad una pregunta difícil, tan pertinente para nosotros como lo fue para la generación de la Edad del Hierro: ¿podremos los mortales reclamar alguna vez el poder de la aristocracia que habita en las nubes? Y, si lo consiguiéramos, ¿sabríamos qué hacer con ese poder? En otras palabras, ¿fue Prometeo un necio al robar a los dioses el fuego de la tecnología? Y, si no lo fue, ¿cuál sería la tarea del moderno Prometeo en la era del capital en la nube? Ésta es la pregunta definitiva que trataré de responder en el último capítulo de este libro.
 
 
Prague, Czech Republic (2014)
 

sábado, 15 de noviembre de 2025

Techno-feudalism (Yanis Varoufakis) - 12 - what does a word hold?

5. what does a word hold?

Set on the island of Lesbos, Daphnis and Chloe is the oldest surviving romantic novel. Written by Longus in the 2nd century AD, it tells the story of two young people who fall in love, but are so innocent that they don't understand what is happening to them or know what to do about it. It isn't until Chloe begins searching for words to describe Daphnis's beauty that she falls in love with him.

When a word is well-defined, Simone Weil wrote in 1937, it helps us "to understand a concrete reality or objective, or a way of acting. Clarifying ideas, discrediting intrinsically empty words, and defining the use of other words through precise analysis is, strange as it may seem, a way of saving human lives" (quote from an essay entitled The Power of Words, inspired by her experience during the Spanish Civil War).

It is tempting to think that it doesn't matter what we call the system in which we live. Whether we call it technofeudalism or hypercapitalism, the system is what it is, regardless of the word we use to describe it. It may be tempting, but it's a mistake. Reserving the word "fascist" for regimes that truly fall into that category and refraining from using it to describe others that, however unpleasant they may be, are not, is highly relevant. Calling a viral outbreak a pandemic can be vital for mobilizing against it. The same is true of the global system in which we live: the word we use to describe it can profoundly influence whether we are more likely to perpetuate and reproduce it or whether we can challenge and even overthrow it.
 
Just as the Napoleonic Wars gave new impetus to feudal power, the war in Ukraine and its inflationary effects are reviving the fortunes of land-based capital, including the moribund fossil fuel sector. And yet, as in the 1770s, to describe the current nascent system in terms of the past—to call it hypercapitalism, platform capitalism, or rentier capitalism—would not only be a failure of imagination but would ignore the great transformation of our society that is taking place now. 
 
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5. ¿qué encierra una palabra?
 
Ambientada en la isla de Lesbos, Dafnis y Cloe es la novela romántica más antigua que se conserva. Escrita por Longo en el s. II d.C., cuenta la historia de dos jóvenes que se enamoran, pero que son tan inocentes que no entienden lo que les ocurre ni saben qué hacer con ello. Hasta que Cloe no empieza a buscar palabras para describir la belleza de Dafnis, ella no se enamora de él.

Cuando una palabra está bien definida, escribió Simone Weil en 1937, nos ayuda "a comprender una realidad o un objetivo concretos, o una manera de actuar. Aclarar ideas, desacreditar palabras intrínsecamente vacías y definir el uso de otras palabras mediante análisis precisos es, por extraño que parezca, una forma de salvar vidas humanas" (cita de un ensayo titulado El poder de las palabras, inspirado en su experiencia durante la Guerra Civil española).

Es tentador pensar que no importa cómo llamamos al sistema en el que vivimos. Ya lo llamemos tecnofeudalismo o hipercapitalismo, el sistema es el que es, con independencia de la palabra que utilicemos para describirlo. Tal vez sea muy tentador, pero es un error. Reservar la palabra fascista para los regímenes que de verdad entran en esa categoría y abstenerse de utilizarla para describir otros que, por desagradables que resulten, no lo son, es muy relevante. Llamar pandemia a un brote viral puede ser vital para movilizarse contra él. Lo mismo ocurre con el sistema global en el que vivimos: la palabra que utilicemos para describirlo puede influir profundamente en si somos más propensos a perpetuarlo y reproducirlo o si podemos desafiarlo e incluso derrocarlo.
 
(...) Del mismo modo que las guerras napoleónicas dieron un nuevo impulso al poder feudal, la guerra de Ucrania y sus efectos inflacionistas están reviviendo la suerte del capital terrestre, incluso del moribundo sector de los combustibles fósiles. Y sin embargo, al igual que sucedió en la década de 1770, describir el incipiente sistema actual en términos del pasado (llamarlo hipercapitalismo, capitalismo de plataformas o capitalismo rentista) no solo sería un fracaso de la imaginación, sino que ignoraría esa gran transformación de nuestra sociedad que está teniendo lugar ahora. 
 

 
cape Maria Van Diemen, cape Reinga, North Island, New Zealand (2013)
 

viernes, 14 de noviembre de 2025

Macarras interseculares (Iñaki Domínguez) - 2 - la España rancia

La España rancia y reaccionaria se sustenta en una cultura que, como diría Nietzsche, es enemiga de la vida.
 
España vivía una neurosis fundamentada en el rechazo al sexo y un renegar de la naturaleza biológica.
 
                                    Macarras interseculares (la novela gráfica), de Iñaki Domínguez, Ed. Astiberri
 
 
Macarras interseculares (la novela gráfica), de Iñaki Domínguez, Ed. Astiberri
 

domingo, 2 de noviembre de 2025

elogio de la lectura

En tiempos de ruido, velocidad y algoritmos que piensan por nosotros, leer sigue siendo el acto más íntimo y revolucionario de todos. Elogio de la lectura. Artículo de Pep Martorell:
 
"Jordi Nadal, buen amigo y gran editor, me puso sobre la pista hace unos días de un artículo publicado por Antonio Scurati en El País. Bajo el título “Declive de la literatura, amenaza para la democracia”, el autor reflexiona sobre cómo la pérdida de la lectura profunda (esa que requiere atención, pausa y empatía) está erosionando las bases mismas del pensamiento crítico y, con él, de la democracia.

Conecté enseguida esas ideas con los primeros artículos científicos que empiezan a alertar sobre el declive de las capacidades cognitivas cuando hay un uso masivo e indiscriminado de las nuevas herramientas de inteligencia artificial (IA). Introduciré luego algunas referencias.

Scurati parte del célebre discurso de Albert Camus al recibir el Nobel en 1957, donde afirmaba que su generación no estaba destinada a rehacer el mundo, sino a impedir su destrucción. Y lo actualiza con una observación inquietante: el predominio de las redes sociales y de la lectura superficial está generando un nuevo tipo de analfabetismo funcional. Personas que leen mucho, pero comprenden poco; que opinan rápido, pero piensan despacio.

“El declive de la capacidad de lectura profunda se ve acompañado por un verdadero declive de las capacidades intelectuales fundamentales”
 
Estas ideas empiezan a ir en paralelo con las conclusiones de estudios como el publicado recientemente por investigadores de Microsoft y Carnegie Mellon bajo el título “The Impact of Generative AI on Critical Thinking”. El trabajo muestra que quienes utilizan herramientas de IA generativa realizan un esfuerzo mental significativamente menor y confían menos en sus propias respuestas. En lugar de amplificar la cognición, la IA puede, en ocasiones, reemplazarla. Dice el artículo: “Usadas de forma inadecuada, las tecnologías pueden, y de hecho lo hacen, provocar el deterioro de facultades cognitivas que deberían preservarse.”

La lectura, en cambio, hace justo lo contrario. Nos obliga a detenernos, a concentrarnos, a conectar ideas, a empatizar con otros mundos posibles. En un tiempo en que pensar cuesta y distraerse es fácil, leer es un acto de resistencia. Y quizás también, como sugería Camus, la manera más humilde y poderosa de evitar que el mundo se destruya.

Escribía recientemente un post haciendo un elogio de la escritura, a partir de una editorial de Nature. En la misma línea, el texto de Scurati me inspira este elogio de la lectura. Dos capacidades profundamente humanas que tendremos que proteger."

                                                                        Pep Martorell (artículo en Nueva Revista Substack)


monasterio abandonado en el Bajo Aragón, Aragón, Spain (2025)