domingo, 5 de diciembre de 2010

La historia de los Eurotron 2000

¿Qué se supone que tiene que hacer uno a los 14 años cuando, ya bajo la puerta presto a partir, su madre le regala apresuradamente una caja de condones Eurotron 2000, simplemente porque está alarmada al ver que su hijo se va de fiesta a una lejana casa en la que se quedará a dormir? ¿Decirle que podría haber sido menos cutre y haber comprado unos que no fuesen de marca blanca? Ante la duda, y rápido para evitar oír brotar de sus labios algún comentario del tipo ‘hijo, deberías usar protección’, los tomo sin reparar en su tamaño, sabor o textura.

Lo que ni ella ni yo sospechábamos es que, para mi desgracia, esos pobres preservativos iban a caducar sin llegar a ver cómo era el mundo fuera de su hortera caja plateada.

Algunos años más tarde, en el marco alocado de una fiesta en mi casa, un amigo bebido se apiadaría de ellos, y los robaría, sin reparar en su tamaño, sabor, textura o fecha de caducidad. Me imagino que, con la lógica arrogante de la embriaguez, juzgó, sin embargo acertadamente, que yo aún podría tardar en usarlos.

Y la historia se acaba aquí, puesto que no sé qué sucedió con ellos después. Sólo diré que varias veces deseé algún mal para escarmiento del ladrón, y que el hecho de desconocer las implicaciones de la caducidad para ese tipo de anticonceptivos es un valor añadido, ya que permite a uno imaginar un amplio abanico de situaciones, a cada cual más cómica o escabrosa. Y es que ¿hay alguien que sepa que pasa al usar un condón caducado? ¿Se autodestruye implosionando en una bonita nube de confetti? ¿Solidifica con forma de palmera? ¿O es que se rompe y, en un efecto boomerang, potencia la capacidad preñatoria de los espermatozoides del desafortunado que lo viste?

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