viernes, 29 de enero de 2016

oikumene 5 - la noticia

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Unos golpes débiles pero aun así audibles en el portón interrumpen la conversación durante la cena. Memnón se pone en pie, aparta la silla y pide silencio a su familia. Un extraño en el porche a estas horas no suele presagiar nada bueno. El chirrido de las bisagras al abrir la puerta anuncia a un varón famélico, sucio y sin afeitar, que dice responder al nombre de Hiparco. El joven ruega cobijo y pan, y tener unas palabras en privado con el padre de Cleanor de Éfeso. Memnón, viendo que no se trata de un vagabundo que deambula perdido, y nada en él resulta sospechoso, le invita a pasar y a sentarse a su mesa, y le ofrece gachas y una hogaza de pan. – Me imagino que estarás hambriento. Come tranquilo y hablaremos después.

Los hijos y la esposa de Memnón, que han permanecido congelados desde que éste se levantó, aprecian el gesto de agradecimiento en la cara de Hiparco y siguen con la mirada el andar pesado del joven hasta la mesa. A continuación, todos reanudan la cena en el más absoluto silencio y con los ojos puestos en sus escudillas. Sólo Argelao, incapaz de refrenar su curiosidad, se atreve a lanzar de tanto en cuanto una mirada furtiva al extraño, que devora con ansia los alimentos que le han sido ofrecidos.

Cuando ya todos los miembros de su familia han terminado, Memnón les pide que les dejen a solas. Con éstos ya encerrados en su cuarto, observa con detenimiento al joven que, por momentos, parece incomodarse. Aunque no cree que la razón sea que las gachas se le están terminando, Memnón pregunta amablemente: – Y bien, Hiparco, ¿sigues con hambre?

Éste niega con la cabeza y, sin poder disimular el temblor de su labio inferior, aparta a un lado la escudilla vacía. Armándose de valor, alza sus ojos hasta encontrar los de Memnón, cuyo semblante se torna más serio. Con voz grave y arrastrando las palabras, Memnón corta el tenso silencio: – Has venido a contarme que Cleanor está muerto, ¿no es así? –. Hiparco, que no encuentra la energía para articular palabra alguna, asiente pesadamente.

*  *  *

En las semanas siguientes a la partida de Hiparco, el tiempo transcurre aceleradamente, y las palabras del viejo Anaxágoras, compañero en mil batallas, acuden con frecuencia a la cabeza de Memnón, “Un hijo muerto es como un brazo amputado; ya no está, pero se siente, porque uno nunca acaba de asumir su pérdida”. Esa máxima, que siempre había considerado con ligereza, describía ahora sus sensaciones a la perfección. Por su parte, Argíope, guardando sobrio luto, y embargada por una profunda tristeza, apenas tiene ánimos para moverse.

Memnón reflexiona mañana y tarde sobre todas las historias que Hiparco les ha contado. Por ejemplo, cómo conoció a Cleanor tras enrolarse ambos como mercenarios, junto con otros diez mil griegos aproximadamente, a las órdenes de Lisandro de Esparta, que a su vez estaba al servicio del sátrapa persa de Lidia y Capadocia, Ciro el Joven, hermano del Rey de Reyes, Artajerjes II. Les contó también la expedición en la que participaron, hasta el mismísimo corazón del Imperio Persa, con la cual Ciro pretendía derrocar a su hermano y substituirlo en el trono. Y la terrible batalla de Cunaxa, en la que se enfrentaron a un inmenso ejército de esclavos comandado por el Rey de Reyes, donde Ciro perdió la vida atravesado por una flecha, así como el consiguiente desconcierto de los griegos y su extraordinario viaje de regreso, bajo el mando de Jenofonte de Atenas, entre otros, y hostigados constantemente por las tropas de Artajerjes II. Según Hiparco, Cleanor no estaba entre los griegos que, como él, emprendieron la retirada tras la muerte de Ciro en la batalla, y durante la penosa marcha de vuelta no pudo encontrar a nadie entre los supervivientes de la expedición que supiese si Cleanor había muerto, había huido o había sido capturado.
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*  *  *

Rocas, herrumbre y cadenas.
El agua ha tiempo se ha evaporado.
Cristales de sal seca sobre su piel morena.
Noto el gusto en sus labios.

Con Argíope a lomos del águila gigante,
a gran velocidad volamos
sobre un mar embravecido.
La playa ocre de Éfeso a nuestra vera.

Acunados por los peñones rojizos
que conforman esta costa irrepetible,
los cedros nos silban sugerencias,
que a veces aceptamos de buen grado,
y otras descartamos cortésmente.

En la playa ceñida, a un lado,
advertimos no sin sorpresa
que allí espera Cleanor, que nos llama,
y se agita nervioso en la arena,
¿hubiera algo que no nos pudiese decir?

Es entonces que percibo ese aliento
sobrenatural que dándonos caza.
Y sin importar cuáles sean nuestras tretas,
a cada segundo, un paso nos recorta.

Memnón se despierta sobresaltado en la oscuridad de su habitación. Un sudor helado empapa la totalidad de su cuerpo. ¿Ha gritado en tanto se incorporaba? ¿O también eso lo ha soñado? A su izquierda, Argíope, que dormía plácidamente, lo observa ahora aún recostada pero con los ojos abiertos de par en par. Está seguro que éste no ha sido simplemente uno más de esos sueños recurrentes en que uno nunca consigue burlar al perseguidor. “Cleanor vive”.

*  *  *

Memnón, todavía atribulado, comenta ante la familia, reunida durante la cena, su sueño, que tiene la certeza de que Cleanor sigue vivo en algún lugar de Persia, y que es su intención partir en su búsqueda a la mayor brevedad.

– Padre, ¡déjeme acompañarle! – exclama Argelao, sin poder contenerse.

– De acuerdo, mas débote decir lo siguiente, Argelao, si pretendes morir en alguna insensata escaramuza, antes tendrás que avisarme, pues yo debo morir el primero, y júrame que, si esto último ocurriese, no te dejarás dar muerte, y llevarás mis huesos a la casa de tu madre.

– Así lo haré, padre, y que Caronte me niegue el acceso a su barcaza, si rompiese mi juramento.

*  *  *

Ya en la noche, en la intimidad de su lecho, marido y mujer se abrazan con fuerza: – No me veo capaz de convencerte con palabras de que éste no es un proyecto descabellado. Debemos partir pronto, pero temo por vuestra seguridad y desearía que...

Argíope interrumpe a Memnón: – No me iré de mi casa. ¿Acaso crees que los Dioses te enviarían a recuperar a tu hijo, para que en el proceso perdieses al resto de tu familia? Te esperaré aquí, como ya hice otras tantas veces.

“Con frecuencia me pregunto de qué hierro forjaron los Dioses esta mujer, que en buena hora me permitieron desposar. Y no puedo más que volver a darles las gracias”.

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