Nota: Todas las entradas de oikumene se pueden encontrar, en orden cronológico, aquí:
Los hijos y la esposa de Memnón, que han permanecido congelados desde que
éste se levantó, aprecian el gesto de agradecimiento en la cara de Hiparco y siguen
con la mirada el andar pesado del joven hasta la mesa. A continuación, todos
reanudan la cena en el más absoluto silencio y con los ojos puestos en sus
escudillas. Sólo Argelao,
incapaz de refrenar su curiosidad, se atreve a lanzar de tanto en cuanto una
mirada furtiva al extraño, que devora con ansia los alimentos que le han sido
ofrecidos.
Cuando ya todos los miembros de su familia han terminado, Memnón les pide
que les dejen a solas. Con éstos ya encerrados en su cuarto, observa con
detenimiento al joven que, por momentos, parece incomodarse. Aunque no cree que
la razón sea que las gachas se le están terminando, Memnón pregunta amablemente:
– Y bien, Hiparco, ¿sigues con hambre?
Éste niega con la cabeza y, sin poder disimular el temblor de su labio
inferior, aparta a un lado la escudilla vacía. Armándose de valor, alza sus
ojos hasta encontrar los de Memnón, cuyo semblante se torna más serio. Con voz
grave y arrastrando las palabras, Memnón corta el tenso silencio: – Has venido
a contarme que Cleanor está muerto, ¿no es así? –. Hiparco, que no encuentra la
energía para articular palabra alguna, asiente pesadamente.
* * *
En las semanas siguientes a la partida de Hiparco, el tiempo transcurre
aceleradamente, y las palabras del viejo Anaxágoras, compañero en mil batallas,
acuden con frecuencia a la cabeza de Memnón, “Un hijo muerto es como un brazo
amputado; ya no está, pero se siente, porque uno nunca acaba de asumir su pérdida”.
Esa máxima, que siempre había considerado con ligereza, describía ahora sus
sensaciones a la perfección. Por su parte, Argíope, guardando sobrio luto, y embargada
por una profunda tristeza, apenas tiene ánimos para moverse.
Memnón
reflexiona mañana y tarde sobre todas las historias que Hiparco les ha contado.
Por ejemplo, cómo conoció a Cleanor tras enrolarse ambos como mercenarios, junto con otros diez mil griegos
aproximadamente, a las órdenes de Lisandro de Esparta, que a su vez estaba al servicio
del sátrapa persa de
Lidia y Capadocia, Ciro el Joven, hermano del Rey de Reyes, Artajerjes II. Les contó también la
expedición en la que participaron, hasta el mismísimo corazón del Imperio
Persa, con la cual Ciro pretendía
derrocar a su hermano y substituirlo en el trono. Y la terrible batalla de
Cunaxa, en la que se enfrentaron a un inmenso ejército de esclavos comandado
por el Rey de Reyes, donde Ciro perdió la vida atravesado por una flecha, así
como el consiguiente desconcierto de los griegos y su extraordinario viaje de regreso,
bajo el mando de Jenofonte de Atenas, entre otros, y hostigados constantemente
por las tropas de Artajerjes II. Según Hiparco, Cleanor no estaba entre los
griegos que, como él, emprendieron la retirada tras la muerte de Ciro en la
batalla, y durante la penosa marcha de vuelta no pudo encontrar a nadie entre
los supervivientes de la expedición que supiese si Cleanor había muerto, había
huido o había sido capturado.
.
* * *
Rocas, herrumbre y cadenas.
El agua ha tiempo se ha evaporado.
Cristales de sal seca sobre su piel morena.
Noto el gusto en sus labios.
Con Argíope a lomos del águila gigante,
a gran velocidad volamos
sobre un mar embravecido.
La playa ocre de Éfeso a nuestra vera.
Acunados por los peñones rojizos
que conforman esta costa irrepetible,
los cedros nos silban sugerencias,
que a veces aceptamos de buen grado,
y otras descartamos cortésmente.
En la playa ceñida, a un lado,
advertimos no sin sorpresa
que allí espera Cleanor, que nos llama,
y se agita nervioso en la arena,
¿hubiera algo que no nos pudiese decir?
Es entonces que percibo ese aliento
sobrenatural que dándonos caza.
Y sin importar cuáles sean nuestras tretas,
a cada segundo, un paso nos recorta.
Memnón se despierta sobresaltado en la oscuridad de su habitación. Un sudor
helado empapa la totalidad de su cuerpo. ¿Ha gritado en tanto se incorporaba?
¿O también eso lo ha soñado? A su izquierda, Argíope, que dormía plácidamente, lo observa ahora
aún recostada pero con los ojos abiertos de par en par. Está seguro que éste no
ha sido simplemente uno más de esos sueños recurrentes en que uno nunca consigue
burlar al perseguidor. “Cleanor vive”.
* * *
Memnón, todavía atribulado, comenta ante la familia, reunida durante la
cena, su sueño, que tiene la certeza de que Cleanor sigue vivo en algún lugar
de Persia, y que es su intención partir en su búsqueda a la mayor brevedad.
– Padre, ¡déjeme acompañarle! – exclama Argelao, sin poder contenerse.
– De acuerdo, mas débote decir lo siguiente, Argelao, si pretendes morir en
alguna insensata escaramuza, antes tendrás que avisarme, pues yo debo morir el
primero, y júrame que, si esto último ocurriese, no te dejarás dar muerte, y
llevarás mis huesos a la casa de tu madre.
– Así lo haré, padre, y que Caronte me niegue el acceso a su barcaza, si
rompiese mi juramento.
* * *
Ya en la noche, en la intimidad de su lecho, marido y mujer se abrazan con
fuerza: – No me veo capaz de convencerte con palabras de que éste no es un
proyecto descabellado. Debemos partir pronto, pero temo por vuestra seguridad y
desearía que...
Argíope interrumpe a
Memnón: – No me iré de mi casa. ¿Acaso crees que los Dioses te enviarían a
recuperar a tu hijo, para que en el proceso perdieses al resto de tu familia?
Te esperaré aquí, como ya hice otras tantas veces.
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