Nadie cree ya nuestras tardes,
los prados de verde imposible,
las hojas muertas por doquier,
y el llanto de los nogales
que tanto temen al viento.
Nadie cree ya nuestras noches,
que sólo nos importe el comienzo,
los sonidos mágicos a toda luz,
el descorchar de una botella
y el gorgojeo al verter vino.
siento acercarse veloz el infausto día
en que yo también deje de creer,
y te vuelva a guardar en el lugar
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