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Cleanor, con mirada grave, asintió. Luego, tras abrazar a su padre, a su madre, y
a sus hermanos, cargó el petate a las espaldas y partió, dejándolos a todos atrás
bajo la acogedora sombra de una higuera, en el lindar del camino que unía las
tierras familiares con la ciudad de Éfeso, visible como una tenue lengua de
plata en la lejanía. Argíope y Argelao no pudieron contener las lágrimas. Éste último al
poco arrancó a correr hasta alcanzar a su hermano mayor, y por un estadio caminó
a su lado, cogiéndole de la mano. Cuando, aun gimoteando, llegó junto a Memnón, éste le dijo con una media sonrisa:
– No llores tan agriamente,
Argelao, pues no tardarás mucho en traer mismo disgusto a tus hermanas y tus
padres, que los húmores de la aventura ya fluyen por tus venas.
Deteniéndose momentáneamente – Pero padre... tú vendrías conmigo, ¿no?
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