Debió haberlo hecho. Pero siempre es fácil decir esto, a toro pasado.
Se erizan sus dientes. Se salen los ojos de las órbitas.
Y el látigo castiga su espalda.
Aun así, navega por la arena, creyendo que nada es falso.
Ríe. Braman las escamas al deslizar sobre sílice.
Entremezcladas con sus carcajadas, mecen el aire seco.
Mueren en las plantas de sus pies.
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