viernes, 1 de mayo de 2020

el mensaje del Sol

Hoy es lunes; la gente me molesta, y no lo puedo disimular. Me molesta su presencia, su volumen en el entorno físico que me rodea, sus invasiones de mi espacio personal, sus miradas, ruidos y conversaciones, sus insoportables andares erráticos, desviándose a un lado u otro, justo cuando intento adelantarlos caminando por la acera – ¡joder! ¡y con el auge de los teléfonos móviles, esas hordas de zombis siguiendo a una pantalla, esto ha empeorado exponencialmente! –.

Hoy es martes; sintiéndolo mucho, la gente también me molesta, y tampoco lo puedo disimular. No soporto la peña que va una hora sentada en el tren sin hacer nada. ¿¡Pero qué les pasa a esos besugos!? ¿¡Cómo pueden perder tanto el tiempo!? ¡Leed algo por lo menos, imbéciles! ¿¡Acaso vuestros pensamientos sean tan valiosos!?

Hoy es miércoles; la gente… bueno… ya os lo podéis imaginar… En el metro, floto entre los demás como una boya en un océano de gilipollas grado 12 en la escala de Beaufort. En Union Square, me llevan desde el andén de la línea L hasta el de la línea Q, sin tocar con los pies en el suelo. Da lo mismo que ese no sea mi transbordo, el que planeaba hacer esta mañana, como todas las demás. No. No es ese el propósito del metro. Para nada. El metro está diseñado para desquiciarme, para hacerme sentir que formo parte de un rebaño, por mucho que no quiera, y restregarme por la cara que mi destino está sellado, y que yo no lo gobierno.

Hoy es jueves, y a ver si lo adivináis... Sí… y no tengo ganas de soltar más bilis en este diario… Y no, esta semana logro no caer en la tentación de irme de juernes, porque luego me despierto el lunes sin saber dónde estoy, y con 5 kilos menos.

Hoy es viernes. Los enemigos de la ducha han tomado la ciudad. Corro por mi vida. Busco la chica de la chaqueta azul. ¿Dónde estás? ¿Por qué te fuiste? ¿Será comer cocido lo que nos hizo tan aburridos? ¿De verdad llegamos a enrollarnos en aquel bar ponzoñoso el fin de semana pasado, o lo soñé?

Hoy es sábado. Las nubes parecen lo que uno ve en el mar, estando sumergido, cuando una ola rompiendo le pasa por encima; el cielo labrado. Desde la terraza puedo ver la decadencia dulce y elegante del Hotel Bellevue, y las copas de los árboles; incluso en estos días más oscuros y fríos, aún son de un verde refulgente, como si estuvieran siendo bañadas por el Sol duro de agosto.

Hoy es domingo. El exceso de vinacho en estos almuerzos eternos me deja el cráneo viscoelástico; mientras me conducen de vuelta a casa –pues yo no puedo manejar–, el cerebro sigue con un cierto retardo plomizo los movimientos de la cabeza a uno y otro lado por las curvas. El Sol está bajo en el cielo, regalándome una luz increíble de otoño, que parece viajar paralelamente al horizonte. Los rayos, entrecortados por las hayas a mi lado de la carretera, golpean mi cara como telegrafiando un mensaje en Morse: “no vuelvas”.
 
 
INSAAC, Cocody, Abidjan, Côte d'Ivoire (2017) 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario