Nota: Todas las entradas de oikumene se pueden encontrar, en orden cronológico, aquí:
– Pues no sé, hijo…
Tras largo tiempo reflexionando y exhalar un sonoro bufido – No… en realidad, sí lo
sé… no haber estado más tiempo con vosotros… y… –se desmorona en un sollozo– habré matado
a tantos muchachos como tú… quién sabe cuántos padres habrá ahora buscando a sus
vástagos por ahí, como yo busqué al mío…
Esa misma noche, Memnón tiene una horrible pesadilla: con la cara
desencajada, poseído por la avaricia, está rapiñando objetos de valor de los
caídos en una batalla, una ladera sembrada de cadáveres. Le da la vuelta a uno
que está boca abajo, para rebuscar mejor entre sus posesiones. Va
subiendo las manos frenéticamente por su túnica, desde el cinto y su tripa al
tórax, y entonces se detiene súbitamente, petrificado con una mueca de espanto. El rostro tiene los rasgos de Cleanor, pero algo no concuerda; es como
si se tratase de un muñeco de paja que alguien ha revestido con la piel
arrancada de la cara de su hijo.
Retrocede unos pasos presa del pánico, y sus talones se topan con otro
cuerpo. Al girarse, comprueba con redoblado horror que ese también tiene la
cabeza forrada con la faz de Cleanor, y el otro de al lado, y el otro, y el
otro. Mueve el cuello a ambos lados, mirando aquí y allá,
y lo mismo pasa con todos los jóvenes hasta donde alcanza su vista; parecen su hijo, pero como si fuesen espantapájaros imperfectos, la obra de
un torpe dios creador dando sus primeros pasos. Inicia entonces una carrera no
sabe a dónde aullando de terror, tropieza con uno de los cadáveres, y cae pesado
sobre su hombro y clavícula.
Con una de sus manos, que intentaba desesperadamente amortiguar el golpe,
va a apoyarse sobre una de esas espantosas caras acartonadas semejantes a la de
Cleanor, y, ante la presión, la piel desliza como lo hace la película de grasa
que se forma en la superficie de un caldo o leche calientes, al ser empujada por
el cucharón. Es entonces que Memnón da un brinco y se despierta sobre el lecho, con sudor helado goteando por sus sienes y su espalda, sin saber si
realmente ha proferido un grito al levantarse, o el grito era dentro del sueño.
Mira en derredor, confundido, sin comprender dónde se halla, hasta que se cruza
con la mirada asustada de Argelao, recostado sobre su manta.
* * *
A la mañana siguiente, mientras empaca sus enseres – ¿Sabes qué es lo que
sucede hijo? ¿Sabes qué es realmente lo peor? Que uno ha hecho tantas atrocidades,
que llega un momento que las pesadillas y los recuerdos se confunden, y uno no
sabe distinguir lo que solo ha sido un sueño de lo que realmente hizo.
La mujer de alabastro muda su
piel.
Se cuartea y se tiñe de gris.
Con las escamas desprendidas,
seca sus lágrimas,
da brillo a sus recuerdos,
y secciona los que le
disgustan.
Deed's Farm, Central North Island, New Zealand (2012)
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