Una
tarde en la que muchos animales de la selva estaban reunidos en un claro,
disfrutando de los últimos rayos de sol, llegó la cigüeña muy triste y llorosa
porque el dragón le había robado sus polluelos, y se los iba a comer. Les
suplicó si habría alguno que estaría dispuesto a ayudarla a recuperarlos.
Tras
un larguísimo e incómodo silencio, en el que ningún animal se atrevió a levantar
la vista del suelo, ni a decir nada, el ratoncito de campo decidió abrirse paso hasta
el frente entre los más grandotes y, una vez en el centro, dijo con
su aguda vocecita a la cigüeña cabizbaja: “¡Yo te ayudaré!”. Todos los demás animales
se miraron sorprendidos, y a la par avergonzados.
Entonces,
el gato pensó: “¡No puede ser! Si el ratoncito se atreve a luchar contra el
dragón, yo, que soy mucho más grande y fuerte, y que se supone que los ratones deberían
tener miedo de mí, ¡tengo que ayudar a la cigüeña!”. Y así, dando un paso al
frente, el gato maulló en voz alta: “¡Yo también te ayudaré!”.
Al
verlo, el perro a su vez pensó: “¡No puede ser! Si el gato se atreve a luchar
contra el dragón, yo, que soy más grande y fuerte, y que se supone que los gatos
deberían tener miedo de mí, ¡tengo que ayudar a la cigüeña!”. Así que también,
dando un paso al frente, el perro ladró: “¡Y yo!””.
Al
verlo, el león piensa: “¡No puede ser! Si el perro se atreve a ayudar y a
luchar contra el dragón, yo, que soy más grande y fuerte, y que se supone que los
perros deberían tener miedo de mí, ¡no tengo más remedio que apuntarme!”. Por
esto, el león finalmente se adelantó y rugió: “¡Yo también te ayudaré a recuperar tus
polluelos!”.
Entonces,
el elefante pensó: “¡No puede ser! Si el león se atreve a luchar contra el
dragón, yo, que soy mucho más grande y fuerte, y que se supone que los leones deberían
tener miedo de mí, ¡tengo que ayudar a la cigüeña!”. Así pues, balanceando de un
lado al otro su larga trompa, el elefante barruntó en voz alta: “¡Yo también te
ayudaré!”.
Entonces sucedió algo sorprendente: ¡al ver que
se unía el elefante, junto al león, el perro, el gato y el ratón, el resto de animales
perdió su miedo y se decidieron también todos a acompañarlos a recuperar los
polluelos! El que no podía creer lo que veía, cuando al fin descubrió a todos
los animales de la selva reunidos a la puerta de su guarida, fue el dragón,
que, acobardado, accedió a devolver los polluelos a la cigüeña.
Nota: Todos los cuentos improvisados se pueden encontrar en este link:
Deux Plateaux, Abidjan, Côte d'Ivoire (2017)
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