Ojalá
pudiera encontrar la manera de canalizar esta fuerza imparable que me empuja a vaguear en el sofá, con pereza infinita hasta de tener que elegir qué serie ver
(y ya ni hablemos de una película, pffff, me canso solo de pensarlo), o peor, a
apagar el cerebro navegando en las redes sociales. ¡Mierda, ya ha volado otra
hora!
Ojalá,
decía, fuera capaz de usar ese torrente descomunal, esa inercia, para hacer
algo productivo. ¡Bueno –chasquido de lengua–, esa no es la palabra acertada! Es
demasiado mercantilista, capitalista. No quiero decir que tenga que ser algo de
provecho en el sentido de que se pueda monetizar, que genere valor añadido,
riqueza... Pero ¡joder!… tiene que ser algo… ¡algo! No simplemente el puro
placer de poner a dormir las neuronas estando todavía consciente y lejos de la
cama. El puro placer de hacer lo mínimo por lo mínimo. El esfuerzo nulo. El cero absoluto.
Quiero agarrar de la solapa e increparles a la cara a los que nos
quieren así; borregos; la clase estabulada; las vacas mansas adoctrinadas para
consumir. Los que han diseñado y quieren este Matrix en el que las máquinas no nos engordan
para obtener energía, sino para pagar, pagar, pagar, y nada más. Y, aun así… tooooodo
cuesta tanto… nací cansado... solo apto para hacer parte de carne de
hamburguesa barata. Cartílago, patas y picos de gallo triturados… clembuterol y
demás hormonas... imposible muñirme, solo doy leche agria… Pero tampoco eso
tiene ningún mérito... El fantasma de la máquina
me da lo mío, y ya no protesto: tres litronas y una botella de vino –bueno, porque el alcohol duro lo tuve que dejar :-( ¿o me dejó él a mí?–, cada viernes y cada
sábado. Ni una más, ni una menos. Todo un prodigio de autocontrol.
El sistema hace tiempo que trasciende a los individuos que lo componen,
tomó consciencia de sí mismo, y adopta las medidas necesarias para auto-perpetuarse,
sin importar las consecuencias, pisoteando a quien haga falta.
INSAAC, Cocody, Abidjan, Côte d'Ivoire (2017)
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