sábado, 9 de mayo de 2020

cuento improvisado #2 – el lenguaje de las piedras

Ariadna no es feliz. Sus padres saben que algo anda mal, pues ya no se levanta con esa dulce sonrisa por las mañanas como hacía antaño. A veces, con el rabillo del ojo los sorprende cuchicheando e intercambiando miradas a sus espaldas, mientras están sentados a la mesa, creyendo que ella está absorta con el televisor.

Por la cabeza de los progenitores pasan las más variadas teorías y especulaciones, que una tras otra van cayendo por su propio peso, e intentan, sin éxito, sonsacar sutilmente de la niña alguna valiosa información que les pueda ayudar a comprender lo que le sucede.

El padre llega al extremo de faltar alguna vez al trabajo para espiar desde la calle a Ariadna en el recreo, y es tras varias de estas ocasiones que cree dar con una explicación: los demás niños y niñas han dejado de hablarle; ni siquiera las que fueron sus mejores amigas, que llegan incluso a tirarle tierra, piedras y trozos de bocadillo. Abatida pero no derrotada por la noticia, la madre sugiere que sería una buena idea que los tres se fuesen un fin de semana a la montaña para que Ariadna desconectara y recuperase su sonrisa, y así hacen. Montan el campamento en un claro del bosque junto a un alegre riachuelo, en las márgenes del cual se apilan miles de cantos rodados de todos los tamaños y colores.

Ariadna se despierta el sábado al amanecer y, cuando sale de su tienda, ve a su padre tumbado junto al lecho de río, aparentemente hierático, pero en su silueta recortada puede apreciar unos leves movimientos de mandíbula. Ante la pregunta de qué es lo que hace, éste le dice que, obviamente, hablar con las piedras, ¿o es que ella no las oye? Ariadna responde que tal vez, pero que en todo caso no las comprende, por lo que el padre decide enseñarle a su hija el lenguaje de las piedras.

Testigo de todo esto, la madre opta por no interrumpirles y dar un largo paseo, pensando que, con un poco de suerte, cuando vuelva ya habrán preparado el desayuno. Y así ocurre, efectivamente. Mientras comparten las deliciosas tostadas y el café, ya le parece entrever una leve mejoría en su hija, que ha pasado a tener una tímida sonrisa dibujada en la cara. Espera que se le quede de forma perenne.

El lunes, al contrario que los meses anteriores, Ariadna vuelve a ir contenta a la escuela, y el padre se toma gozoso otro día de fiesta para ver cómo van las cosas en el recreo. Lo que está por suceder de ningún modo lo podía imaginar: como de costumbre, los demás niños y niñas, incluso las que fueron sus mejores amigas, le lanzan tierra, piedras y trozos de bocadillo, pero esta vez, Ariadna les grita a las piedras que se detengan, que ella no ha hecho nada para que sean tan crueles, y que por favor se vuelvan por donde han venido. Y así hacen las piedras, para sorpresa de todos, que, frenando en seco en pleno vuelo, se dan media vuelta y salen disparadas hacia las cabezas de los niños y niñas que las habían tirado. Doloridos y aterrorizados, estos se van corriendo a dentro de la escuela para no volver a tirarle nada nunca más a Ariadna.

Martín, el niño tímido del que también todos se burlan, se acerca a Ariadna y le pregunta que qué es lo que ha hecho, y ésta le dice que, obviamente, hablar con las piedras, para explicarles lo injusto de la situación, ¿o es que él no las oye? Martín responde que tal vez, pero que en todo caso no las comprende, por lo que Ariadna decide enseñarle a su nuevo amigo el lenguaje de las piedras.

Nota: Cuento improvisado a partir de la palabra "piedras".
 
Nota: Todos los cuentos improvisados se pueden encontrar en este link:



INSAAC, Cocody, Abidjan, Côte d'Ivoire (2017)
 

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