Tras largo rato proponiéndomelo, apenas sí logro zafarme del abrazo pegajoso de estas (nunca mejor dicho) redes sociales (*), que atrapan a uno con sus vídeos y otras mierdas, a cada cual con título más pretencioso. Es la orgía de contenidos espurios, blanco fácil de petulantes como yo.
Qué avidez la de este entretenimiento de bajo coste y menor aporte proteico, robándome mi tiempo, gritándome si no es mejor medrar como virus que morir siendo nada. Pero, ¿cómo se lucha contra todos queriéndome imponer la necesidad de hacer difusión de sus complejos? Sin duda, socialista perverso el que decidió que los asuntos de todos merecían un altar, y la misma atención.
(*) [Rebeca Solnit] describe
su experiencia de vivir en San Francisco como “ser un conejito devorado
por la serpiente de Silicon Valley”, a quien acusa de haber traído “la
era de la tecnología”. Una coyuntura que genera “aislamiento e
individualización. La gente no pasa mucho tiempo en público, en grupo”.
Esto es preocupante porque, según sostuvo, “la democracia depende de que
tengamos esa conexión con los extraños, con gente distinta a nosotros.
Si no salimos y no nos movemos, lo perdemos”. “Necesitamos de la acción
colectiva para proteger incluso los elementos de nuestra vida más
introspectivos y personales que se han visto borrados, pisoteados,
menospreciados”, afirmó
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