En la isla del cormorán, nos intercambiamos el corazón.
Prometimos que sería un préstamo sin intereses,
los chakras y el Euríbor estaban alineados.
Vacíos yacimos en la desvencijada cabaña;
lamas de madera, porche y muebles crujientes
tal que el pollo que nos dieron de cenar.
Entre hamacas y mosquiteras del Decathlon
–reflejos de la escena en que morimos–,
fue el momento de besarse,
el polen pirata colgado de tus párpados,
ojos como peceras encerrando un universo,
y el tiempo que no pudo burlarnos el paraíso perdido.
dedicado a Paola
Yammousoukro, Côte d'Ivoire (2017)
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