viernes, 22 de noviembre de 2024

“je est un autre”

 
Decía Jean-Paul Sartre que el infierno son los otros. La poeta Ángeles Mora discutía la premisa del existencialista francés asegurando que el infierno, lejos de ser el otro, está en nosotros. La poesía, al menos aquella que quiere luchar contra el inconsciente que la produce, debe indagar en el interior del individuo para encontrar allí el infierno que nos constituye, el otro que nos habita.
 
No es casualidad que en la poesía aparezcan tantos sujetos escindidos –o tachados o barrados, diríamos à la Lacan–: sujetos poéticos que se desdoblan para dialogar con ese otro que vive en su interior y le impide decir yo-soy, presentarse como una subjetividad plena y autónoma. La intimidad de la serpiente, de Luis García Montero (2003), se abre con un poema titulado Cuarentena, que escenifica un diálogo entre un poeta que ha alcanzado la madurez al cumplir los cuarenta años y el joven que fue, de veinte años, militante y comprometido, que impertinente le mira desde la fotografía y le sanciona la renuncia de los sueños por la mera supervivencia, la sustitución de la exclamación de la protesta por la interrogación de la duda, el cambio del corazón por la razón. En la conversación, se reprochan imposturas y traiciones. La presencia de ese otro que le habita genera malestar en un sujeto que sin embargo no puede sacárselo de encima. No le queda otro remedio que convivir con él. A la manera ilustrada, en lugar de batirse en duelo con el enemigo que lleva dentro, inician una negociación para alcanzar consensos y lograr una convivencia pacífica.

“Je est un autre”, escribía, barrado, Arthur Rimbaud: “Yo es un otro”. No solo porque todos somos el otro de alguien, sino porque cobijamos un otro que determina nuestros pasos, nuestros gestos, nuestro lenguaje, y del que nos queremos desprender. Pero también el yo es un otro cuando se mira desde fuera, cuando la noticia que tiene de sí mismo es la imagen que le devuelve el espejo; el yo es un otro en la medida en que proyecta una imagen externa que no dice tanto lo que es como lo que quiere llegar a ser. Este desdoblamiento del sujeto entre lo que realmente es y la imagen que proyecta –desdoblamiento con constantes desajustes que inaugura una relación problemática del sujeto consigo mismo.

Hay, en [el film] La sustancia, una política de lo abyecto, de la fealdad, del devenir-monstruo que desestabiliza y atenta directamente contra el corazón de la ideología de la belleza del capitalismo avanzado y la mercantilización –y erotización– de los cuerpos. (...)

Acaso esa sea la forma de narrar que el infierno está en nosotros. El infierno es el otro que llevamos dentro y nos impide decir yo-soy, es el rastro que queda de la batalla perdida entre la imagen que proyecta el espejo de la ideología y las condiciones reales de existencia de los sujetos vulnerables y solos, que necesitan el cuidado y lo común, y no la competencia diaria, erótica y laboral, a la que somos abocados cotidianamente por el mercado capitalista.
 
                                                      David Becerra Mayor, elDiario.es
 
 
"La Noche", de Abilio Estévez, Madrid, Spain (2000)
 

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