reacción en cadena
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el sicario del tiempo
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el filósofo veloz
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Ante el gran espejo del baño,
me atora ver pasar ante mí esta loca reacción en cadena,
espiral anárquica de indomables coincidencias;
exhalo vaho, la vida que escapa por mi garganta.
Demasiado a menudo es cierto el dicho,
pero corrupto, que el mundo es tu ombligo, y todo gira en torno a él.
Ya lo dijo el filósofo veloz –y huyó antes que lo pudiese rebatir–,
las mujeres bellas escriben la historia,
y el Universo de arcoíris y unicornios de Paulo Coelho
se revela en realidad como un narcisista maligno,
un ente vil y mezquino que conspira
para destripar el corazón desprotegido de cabrones enamoradizos como yo,
este jodido músculo que jamás se fatiga,
pero tampoco nunca deja de doler.
Un Universo que no duda en golpearme duro en el mentón,
aunque lleve gafas y prótesis dental;
otra media naranja exprimida en el basurero,
una broma macabra, el culmen de la ineficiencia
producto de un algoritmo genético canceroso,
jugando con los hilos de nuestro destino,
como quien toca un harpa que alguien maldijo, y otro robó a un chatarrero.
Os preguntaréis que quién era ese filósofo veloz, pues yo os lo diré:
El pobre hombre, larguirucho pero encorvado, se parecía a su bastón.
Profeta de la heterodoxia, sólo era capaz de pensar
cuando estaba en movimiento rectilíneo uniformemente acelerado,
por lo que sus contertulios quedaban ya muy lejos
cuando al fin podía detener su zancada y vocalizar sus réplicas y teorías.
Así es que, por suerte o por desgracia, nunca pudo completar una discusión,
por lo que nunca pudo convencer a nadie de nada,
ni nadie le alzó la mano o la voz más de lo debido,
salvo para gritarle "¡no huyas, cabróóóóóóóóón!"
¿Por qué parece que solo somos –y que siempre fuimos– lo que somos ahora?
Somos mucho más que eso.
¿Por qué mis ojos cuando te miro no ven todo lo que fuiste,
como si nuestro pasado no hubiese sido más que
el susurro pasajero que nos despertó de un mal sueño?
El pasado no lo logro ver, en lo más profundo de tu retina.
Y tus fotografías viejas son de otra persona.
El pasado no existe. No sirve. No está ni se le espera.
Ni siquiera fue él quien labró estas arrugas y esas cicatrices.
Yo mismo borro todo lo que fuiste, al no ser capaz de ver más allá
de en lo que te has convertido ahora.
Yo mismo devengo el sicario del tiempo, su lacayo más fiel,
y aguardo a sus pies el premio que nunca llegará,
el de no ser reducido por las miradas de los otros.
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