como tantos otros en su
cubo de cristal.
Ha topado con su Gran
Cañón del Colorado,
y asoma las puntas de los pies al precipicio.
No importa que nadie, salvo,
quizás,
él mismo, ella, o alguna enfermedad,
le pueda quitar alas ni lugares.
Pero el mundo ni de lejos
parece
ya tan asqueroso como
antes.
Ambos
tienen sus neurosis, obviamente,
pero
cazan la mierda que les envuelve.
Y en buena hora recogieron
en taquilla
sus boletos de la lotería,
buceando en esa piscina
llena de fichas
cara
a cara, decía, digo, tú y yo,
tumbados
en esa cama tuya.
No
necesito más, ya estaría en casa,
y
tendría, ahora sí, una razón para estar loco.
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