miércoles, 2 de febrero de 2022

no encuentro mi cerebro

Lucas dice “No encuentro mi cerebro... Creo recordar que se me había desparramado por la mesa, y ahí lo dejé”, ante lo que uno de sus amigos, más entero que los demás, vencidos por su resaca, responde con sorpresa “ah… esta mañana hemos visto esa mancha, la hemos limpiado con una bayeta, y la hemos escurrido por el lavaplatos. Lo siento. No sabía”. Lucas solo puede emitir un gruñido, sin apenas levantar la mirada de la mesa, los ojos completamente achinados. No tiene energía ni para cabrearse como la situación exigiría. Y lo peor es que hoy tiene comida familiar. No las soporta. El maltrato a la abuela es deporte olímpico en Villa Neón. Se trata de otro claro ejemplo de nuestro absurdo amor sádico por complicar más una vida ya de por si complicada. “Mejor repartir el trabajo de forma equitativa entre los miembros”, piensa para sus adentros, y repta por el suelo –aún pegajoso de tantos cubatas vertidos la noche anterior– hacia su habitación como el hombre que gesticulaba como un calamar, ese pobre diablo que conocieron ayer, cuyo único sustento provenía de humillarse a sí mismo cada día en el circo ambulante de los freaks. De feria en feria. De un pueblo inmundo a otro, todos iguales, en este mid-west dejado de la mano de Dios, dulce estercolero Trumpista. Bien pensado, aquí sin su cerebro encajaría mejor, concluye, mientras se pone la ropa de los domingos.


Paraweka Marae, Whanganui River Road, Manawatu-Whanganui, North Island, New Zealand (2012)
 

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