Subí por el callejón de entrada a mi casa. Los gatos estaban tirados por el suelo, ajenos a todo. En mi próxima vida quiero ser un gato. Dormir 20 horas al día y esperar a que me den de comer. Estar tirado todo el día, lamiéndome el culo. Los humanos son demasiado miserables e iracundos y monotemáticos.
Subí arriba y me senté delante del ordenador. Es mi nuevo consolador. Mi escritura se ha duplicado en potencia y rendimiento desde que lo tengo. Es una cosa mágica. Me siento delante de él como la mayoría de la gente se sienta delante del televisor.
“No es más que una máquina de escribir glorificada”, me dijo una vez mi yerno.
Pero él no es escritor. No sabe lo que es que las palabras le hinquen el diente al espacio, y se enciendan; que los pensamientos que te pasan por la cabeza se puedan convertir inmediatamente en palabras, que a su vez desencadenan más pensamientos, seguidos de más palabras. Con la máquina de escribir es como andar atravesando fango. Con un ordenador, es como patinar sobre hielo. Es un estallido de fuego. Claro que si no tienes nada dentro, da igual.
El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco (Charles Bukowski)
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