El adolescente por su parte seguía demostrando día sí y día también
ser un alumno aventajado. En poco tiempo dominó los monosílabos. Así es que
tanto los funcionarios antipáticos como los contestadores automáticos de las
empresas de telefonía constituían para él unos excelentes compañeros de
plática, y mantenía largas, accidentadas y estériles conversaciones con ellos,
siempre que Arturo le dejaba.
El creciente uso de la palabra hablada por parte de Pedro fue
interpretado por el indigente como un indicio de recuperación.
Aquellos días de aparente estado catatónico quedaban muy lejanos en su
memoria, y se empezaban a fundir con recuerdos de apasionados revolcones primaverales
con amazonas en las estepas. Aunque realmente no estaba muy seguro de haber
vivido esto último.
Temeroso de que Pedro tuviese una recaída, no quería forzar al chico a
recordar conscientemente los episodios desagradables con el rey del pop. Pero
era del todo imperativo conocer los detalles de sus experiencias, si las
querían hacer públicas. Así es que, mientras Pedro dormía, a la vez que pensaba
en el modo de revelar su historia al mundo entero, Arturo escuchaba atentamente
esperando que el chico hablase en sueños, con objeto de recabar pistas que le
indicasen lo que le había sucedido.
El esfuerzo resultaba en balde. Las únicas palabras que alguna vez
llegó a distinguir fueron: sí, no, y más tarde nabo y salfumán, éstas últimas
cuando Pedro realizaba ya sus primeros pinitos con las palabras bi- y
trisílabas. El resto de ruidos que profería le parecían más bien estertores de
un verdulero Venusiano.
Por aquel entonces, la paranoia empezaba a hacer mella en Arturo. Veía
por todas partes palurdos haciendo el moonwalk y niñas
gritonas zarandeando carteles, en los que había dibujados cursis corazoncitos o
la leyenda ‘I love you, Michael’, según el caso.
Nota: ver secuencia completa de notas sobre la breve y bizarra vida de Pedro Pedersen en el link:
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