Para empezar, el Sr. Arturo se propuso enseñar al chico a valerse por
sí mismo de nuevo, porque, en ese momento, era evidente que no era capaz de
hacerlo, dado el estado de sus habilidades psicomotrices, así como del habla, profundamente
mermados.
‘Pobre chico’ pensó, ‘si éstas son las secuelas, no quiero ni imaginar
cómo serían los episodios con el astro’.
Se inicia así un bizarro proceso de aprendizaje, en el que el chico
aprende rápido por imitación (que, como acertadamente decía Confucio, es el
camino más sencillo hacia el conocimiento). Por ejemplo, en cuestión de
segundos ya escudriñaba como Arturo los rostros de todos los conciudadanos a su
alrededor, ajenos a las sospechas infundadas que sobre ellos recaían.
Pocas horas después, descubría cómo se robaban lonchas de pavo y pan
de molde en el supermercado y, lo que es más importante, cómo se combinaban y
engullían. Felizmente constató que tal acción acallaba por fin los ensordecedores
quejidos guturales de su estómago por estrenar.
Los días pasaban y el aprendizaje de Pedro progresaba
satisfactoriamente –léase ésto con hilo musical y visualícese una concatenación
de escenas diversas y entrañables del proceso–.
Mientras tanto, variaban frecuentemente de escondite, trasladando con
esmero sus únicas pertenencias: las bolsas de Mercadona y una mitad de perro
disecado, que ambos tenían en especial estima. El perro tenía sólo medio
nombre, como no podía ser de otro modo.
Pero las madrigueras y refugios del Sr. Arturo se agotaron rápidamente,
y pronto hasta sus improvisados cambios de hábitos para evitar que los fans de Michael Jackson les encontrasen empezaban a parecer
rutinarios.
Junto a esto, había otra cosa que preocupaba en especial a Arturo: huir
de la fauna urbana inmunda (ratas, cucarachas y mormones) es tarea fácil, lo
había hecho más de media vida, pero la simpleza mental de los fans los hacía imprevisibles. Es decir, su absoluta imbecilidad impedía a
Arturo predecir su siguiente movimiento, lo cual representaba una inquietante
amenaza. Por todo ello pensó que ya era hora de ponerse manos a la obra para hacer
efectiva la segunda parte de su juramento, y se puso a meditar el cómo. En
realidad creía que a la postre esa era la única forma de garantizar
indefinidamente la seguridad de Pedro.
Nota: ver secuencia completa de notas sobre la breve y bizarra vida de Pedro Pedersen en el link:
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