Pedro Pedersen nació a la edad de 17 años con una jarra llena de
cerveza en la mano:
Final a) No. Mentira. La jarra estaba semivacía. No. Mentira. En
realidad no existía tal jarra.
Final b) Se incorporó. No le gustó lo que vio a su alrededor y decidió
morir. No. Mentira. Era demasiado cobarde para morir, aunque él ignoraba el
significado de estas palabras, y por supuesto el de todas las demás.
Final c) Como no sabía nada, ni conocía nada, se dedicaba a sentarse
sobre tramos sucesivos del bordillo de la acera, permaneciendo en cada uno por
espacio de varias horas. Tomaba nota mentalmente de aquellas porciones que a su
parecer eran más ergonómicas. Con el paso de los días, las legañas se acumulaban
en sus ojos, las monedas en su jarra, y unos rugidos cavernarios sacudían cada
vez con más fuerza sus tripas.
El primer ser que se dirigió a él, sin contar los que lo hacían para
gritarle ‘aparta estúpido’ o ‘aparta subnormal’, ni tampoco los que le meaban
en las piernas, fue un hombre tumbado a su lado sobre un centenar de bolsas de
Mercadona. Le espetó:
-
¡Lávate la cara con esto! Las legañas se diluyen.- alzando un
tetrabrick de vino y agitándolo en el aire.
Al incorporarse, el viento le robó algunas bolsas de plástico, que
fueron a enredarse en las orejas de los transeúntes.
La larga cabellera del desconocido ocultaba parcialmente sus ojillos
rasgados y una amplia sonrisa carcomida. Se adivinaba pelo canoso bajo la
mierda. Por último, un sombrero de paja deshilachado y sus pantalones raídos,
unidos a la completa ausencia de higiene corporal, le conferían el aspecto de un pariente cerdo de Tom Sawyer.
Pedro había hecho así su primer amigo, y no había necesitado barro
para ello.
Nota: ver secuencia completa de notas sobre la breve y bizarra vida de Pedro Pedersen en el link:
No hay comentarios:
Publicar un comentario