– ¡Hermanos! ¡Alcemos nuestros vasos, y brindemos por la ausencia de futuro! ¡Que no necesito a ningún agorero para que me cuente lo duros que serán los días venideros!
Y tras dar un largo sorbo – ¿¡Qué pueden las adversidades contra la moral inquebrantable de los buenos hoplitas de Éfeso!? ¡Yo os lo diré! ¡Nada! ¿¡Cuál entre ellas esperamos con dulce sonrisa en los labios!? ¡Vosotros me diréis! – con la copa suspendida en el aire, esperando la respuesta de su audiencia, por todos conocida.
– ¡La que más rápido nos acerque a Caronte! – gritan todos al unísono, para luego estallar en carcajadas.
* * *
– Tantas veces me encontré “entrenando mi capacidad de adaptación al frío”, como gustaba de decir de las guardias a altas horas de la madrugada, lejos de cualquier fuente de calor. Donde uno se guarda la respiración, por no abrir la puerta a ese aire gélido que encharca las entrañas, y no osa patear la roca con los pies, por no resquebrajarlos.
* * *
“¡Corred, muchachos, corred por vuestra vida!”
– Jamás olvidaré el temblor de la tierra y el ruido ensordecedor de los caballos al galope, en esa carga enloquecida de los pródromoi sobre el campamento de la retaguardia, borrando para siempre de la faz de la tierra esos aterrorizados niños. Años después, Tisafernes me explicaría que, por su aspecto, debían de ser de Bactriana, en los confines orientales de los dominios del Rey de Reyes.
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Una vieja canción para ir cantando durante las largas marchas (música de fondo en este link):
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