Al contrario de lo que se dice, soñar no es gratis.
Tiene un precio que paga tu cordura.
Y no lo hace por placer, sino a disgusto,
como un compadre despistado
que sale el último de un tugurio,
y descubre que le toca pagar la cuenta de la mesa,
cuando los demás ya hace rato que se fueron sigilosamente.
y descubre que le toca pagar la cuenta de la mesa,
cuando los demás ya hace rato que se fueron sigilosamente.
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