blando entre el pelotón,
era timorato con mi escalpelo,
pero supe antes que nadie
quién era el impostor.
Fue la sureña de rostro cifrado,
aquélla que nos secuestró
con su mirada desafiante;
ese alud de lodo que inundó
el valle entre nosotros.
Fue la sureña de rostro cifrado,
aquélla que nos secuestró
con su mirada desafiante;
ese alud de lodo que inundó
el valle entre nosotros.
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