martes, 25 de febrero de 2025

la oveja negra

La oveja negra es la tara, en esta línea de fabricación en serie de gilipollas que se ha convertido la vida. Y como tal, me vendo de saldo en un mercado de ocasión, pasando de una mano a otra, siendo escrutado hasta el más mínimo de los detalles por entes viles y mezquinos, buscando sacar punta a la tara, para ver cuánto más me pueden regatear a quién me ofrece en el escaparate de su puesto. Hoy estoy de oferta: toma mi cuerpo y llévate de regalo mi mente.

El hombre no enferma. Tampoco es que esté enfermo. Se va convirtiendo poco a poco en la propia enfermedad. Se la hace suya. El hombre deviene la enfermedad.

Todo el asunto, desde la perspectiva del niño, por supuesto, no era más que el hecho que estaban en el tren equivocado, y lo sabía por el timbre inusual del martilleo al pasar sobre las vías.

La fría cama del hospital, y el niño que no quiere entrar. No te quiere ver. No así, al menos. La tara todo lo ha invadido. ¿Cómo se debían percibir esos segundos, cuando te quedaban tan pocos? Y fuera, el tráfico que nunca se detiene. No moriste. Te evaporaste poco a poco. Y la vida sigue, sí. Tiene que seguir, o eso nos ordenan… pero… tal vez… tal vez sigue demasiado, ¿no? Demasiado pronto y demasiado rápido, quiero decir, como si de verdad no significásemos nada, ¿no? Alguien en algún lado debería hacer algo para disimularlo más, pero dios no tiene hojas de reclamación.

Los que se quedan, los que sobreviven, se van con la música a otra parte. A sintonizar otra emisora. A intentar hacer como que no ha pasado nada. Con algo de suerte, volverán a cazar algún hit, o no, y ahí estarán, esperando que llegue pacientemente mientras se marchitan; y antes de que se den cuenta, tampoco se podrán levantar de una cama muy fría, como te pasó a ti. El niño lo sabía. El niño se lo olía. Por eso no quiso entrar, claro, es un frío doloroso, un halo gélido que te envuelve y que uno no puede sacudirse de encima así como así.

La tara. Eternamente ahí. Nunca logro sacármela de la cabeza. Y si en algún momento lo consigo, siempre hay alguien o algo, dentro o fuera de mí, presto a recordármela al segundo.
 
 
home of Maher, Palmyra/Tadmor (Greek/Arabic), Syria (2010)
 


sábado, 1 de febrero de 2025

el fantasma del kitsch

El espectro en el que te has convertido me persigue, como un espejo con patas. Me atosiga y muestra en su reflejo ese otro en el que me podría haber convertido, si en algún punto crítico de mi juventud hubiese hecho el click apropiado –o más bien desgraciado– para empezar a divergir como hiciste tú. Haberlos, los hubo, de esos puntos, y muchos. Créeme, y lo sabes. Aunque tus balbuceos sean ininteligibles para el resto, yo te entiendo. Somos las dos caras de la misma moneda, solo que hace eones una salió cruz, y la otra cayó de canto y se fue rodando. Y tus ojos, esos faros inyectados en sangre, son una ventana al pasado. Historia y futuro ficción. Y si hubiera hecho esto. Y si hubiera hecho lo otro. El fantasma del kitsch. El legado de mil guerras. Las lágrimas derramadas por los que sufrieron sus consecuencias pero no las pudieron luchar.

“¿Pero cómo dices que no tengo inquietudes, payaso?” –me reprochabas. “Mi inquietud es beber. ‘¿Qué pregunta es esa?’ Le dijo la perra al papagayo. No me incordies con tus miserias, ni me fuerces a malgastar mi labia en asuntos tan sumamente banales”. Y así de pronto se desvanecía todo, haciendo crujir los huesos y desapareciendo de mi lado. Un breve huracán en nuestra alcoba. Esos vientos, otrora irresistibles, que amainaban en centésimas de segundo, como queriendo hacernos creer que nunca existieron, que todo fue producto de mi imaginación.

Solo fue de un canto –el que se fue rodando–, que no hubiera divergido como hiciste tú, al abrazo de una hermana enfurecida, para volver a encontrarnos, en nuestras trayectorias divergentes, solo al haber volteado entero el universo, después de viajar cientos de miles de millones de años luz a contrasentido, acaparando con irrefrenable ansia todo el polvo que encontrábamos en el camino. Tú a Londres, y yo a California. Historia y futuro ficción. El experimento de desigualdades de Bell con dos caras de la misma moneda, separadas por un vacío insondable. Ambas siendo y no siendo la cruz al mismo tiempo –aunque todos queremos creer que eso no es posible–, hasta que nadie, ni el más cabrón en la sala, se atrevía a abrir la caja y el pastel, y lanzar al aire la moneda.
 

Alicante, Valencia, Spain (2025)