La oveja negra es la tara, en esta línea de fabricación en serie de gilipollas que se ha convertido la vida. Y como tal, me vendo de saldo en un mercado de ocasión, pasando de una mano a otra, siendo escrutado hasta el más mínimo de los detalles por entes viles y mezquinos, buscando sacar punta a la tara, para ver cuánto más me pueden regatear a quién me ofrece en el escaparate de su puesto. Hoy estoy de oferta: toma mi cuerpo y llévate de regalo mi mente.
El hombre no enferma. Tampoco es que esté enfermo. Se va convirtiendo poco a poco en la propia enfermedad. Se la hace suya. El hombre deviene la enfermedad.
Todo el asunto, desde la perspectiva del niño, por supuesto, no era más que el hecho que estaban en el tren equivocado, y lo sabía por el timbre inusual del martilleo al pasar sobre las vías.
La fría cama del hospital, y el niño que no quiere entrar. No te quiere ver. No así, al menos. La tara todo lo ha invadido. ¿Cómo se debían percibir esos segundos, cuando te quedaban tan pocos? Y fuera, el tráfico que nunca se detiene. No moriste. Te evaporaste poco a poco. Y la vida sigue, sí. Tiene que seguir, o eso nos ordenan… pero… tal vez… tal vez sigue demasiado, ¿no? Demasiado pronto y demasiado rápido, quiero decir, como si de verdad no significásemos nada, ¿no? Alguien en algún lado debería hacer algo para disimularlo más, pero dios no tiene hojas de reclamación.
Los que se quedan, los que sobreviven, se van con la música a otra parte. A sintonizar otra emisora. A intentar hacer como que no ha pasado nada. Con algo de suerte, volverán a cazar algún hit, o no, y ahí estarán, esperando que llegue pacientemente mientras se marchitan; y antes de que se den cuenta, tampoco se podrán levantar de una cama muy fría, como te pasó a ti. El niño lo sabía. El niño se lo olía. Por eso no quiso entrar, claro, es un frío doloroso, un halo gélido que te envuelve y que uno no puede sacudirse de encima así como así.
La tara. Eternamente ahí. Nunca logro sacármela de la cabeza. Y si en algún momento lo consigo, siempre hay alguien o algo, dentro o fuera de mí, presto a recordármela al segundo.