Había perdido sus tierras y dinero, y no se preocupaba de los hábitos de la gente alrededor, ya que prefería soñar y plasmar tales sueños. Cuanto escribiera había despertado la hilaridad de aquellos a los que se lo había mostrado y, por último, había dejado de escribir. (…) y hubiera sido casi inútil el intentar traspasar los sueños al papel. (…) Mientras otros que también escriben pugnaban por despojar a la vida de las ornadas vestimentas del mito, Kuranes tan sólo aspiraba a la belleza. (…) No hay mucha gente que sepa cuántas maravillas se les abren en las historias y visiones de juventud, ya que cuando somos niños oímos y soñamos, albergamos ideas a medio cuajar, y cuando al hacernos hombres intentamos recordar, nos vemos estorbados y convertidos en seres prosaicos por el veneno de la vida.
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