En general, decidí que los fantasmas carecen de importancia y son un fenómeno mucho menos misterioso que muchos otros –por ejemplo, la poesía y el amor–. Las personas que dirigen bien su vida, sólo dejan tras ellas emanaciones bondadosas. Son los golfos, los latosos y las personas deliberadamente malas que dan mala fama a una casa: estos y aquellas personas que se han torturado a sí mismas, víctimas de su propia locura. No habría que hacer caso de los fantasmas que dejan tras ellos, de la misma forma en que no hacemos caso de los borrachos que nos paran en la calle y empiezan a contarnos una vaga historia mezclada con amenazas e hipo. En ninguno de los dos casos habría que mostrar ni comprensión, ni vergüenza, ni alarma.
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Para ella, el éxito significaba la adquisición rápida de grandes cantidades de dinero conseguidas al vender a un precio alto las cosas que otro había producido a un precio bajo, y adoptar luego las costumbres de un nivel de renta alto, tal como vienen dictadas en las revistas de tonos de importancia y papel brillante.
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“Pero al final, naturalmente, tenemos que comprender que somos personas separadas; no basta con sólo amarnos el uno al otro”. No había querido decir que probablemente uno de nosotros sobreviviría al otro y tendría que vivir solo o bien tomar otro compañero; simplemente quiso decir lo que dijo.
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[El poeta] Vives había llegado a una solución razonable, a saber, que la fuerza social más destructiva de las pasadas épocas había sido una emoción en masa que se exhibió en el nacionalismo, el fascismo, el comunismo, el neo-comunismo, el panti-socratismo, el logicalismo, etc., y que se derivó de pensar en términos de intereses colectivos en lugar de términos individuales. En períodos en los que el hombre rico oprimía a sus vecinos pobres, quienes en vano aclamaban la justicia, estos intereses colectivos habían parecido más virtuosos que los individuales, y también había parecido necesario contar las cabezas para demostrar que esta pobre gente superaba con mucho en número a los ricos y que por lo tanto eran merecedores de consideración. Pera una vez que la gente aceptó este principio, a saber, que el individuo, tanto el rico como el pobre, debía subordinarse a un Gobierno de un millón de facetas, considerado como el depósito de intereses colectivos, entonces, señor, todo se torció. Como que el Gobierno era un concepto social, y no religioso, y estaba basado sobre la ley y no el amor, no tenía ninguna cohesión natural. Era un agregado de diversos y no relacionados elementos demasiado difícil de manejar para que cualquier persona sola lo comprendiera; y por lo tanto solamente los charlatanes se prestaban a gobernarlo.
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