¡Dios, qué frío hace en la calle! Y la mano sin
guante sosteniendo la botella. ¿Son imaginaciones mías, o los nudillos se han quedado petrificados? Bueno, hay una manera fácil de comprobarlo… Cierro el
puño violentamente y sí, efectivamente, puedo oír un crec-crec palomitero, y un
tajo rojo y profundo como la falla de Superman se abre de un extremo a otro de
la cordillera liliputiense. La sangre que apenas fluye, apelmazada y espantada
por lo que le espera fuera, prefiere permanecer resguardada, al calor escaso
que aún queda en mi cuerpo.
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