Ante la insistencia del pobre diablo, el Sr. Arturo acabó concediéndole
un agrio “¿¡Qué dices, excremento de murciélago!?”, y aflojó la presión para
permitir que se explicase, y éste, entre estertores, ahogos y amagos de
desvanecimiento, fue relatando una increíble historia de conspiraciones,
maquinaciones e intereses económicos entorno al astro.
Resultaba que el famoso juicio contra Michael Jackson en 2005, por supuestos
abusos sexuales cometidos en los ochentas contra menores en el rancho de Neverland, no había sido más que una tapadera para transferir cuantiosísimas
sumas de dinero a las supuestas víctimas, que en realidad no habían sufrido ningún
tipo de abuso, sino que se trataba del pago de un chantaje para que no
revelasen ese secreto tan celosamente guardado por la industria discográfica:
que Michael Jackson había muerto, y que los que sacaban discos y se paseaban
por el mundo dando conciertos y generando beneficios multimillonarios no eran
más que dobles encontrados por ahí con mayor o menor acierto (¿que por qué los
encontraban cada vez con la piel más clara? Eso no lo sabía responder).
Del pasillo llegaba ahora el ruido de incontables pisadas. Matones de
todos los tipos, colores y procedencias corrían hacia ellos, y es que la
industria discográfica, alertada por los gritos en el camerino, y la larga
demora del doble en salir a firmar autógrafos en el back stage, no se dejaría chantajear otra vez, y aún menos por
un indigente que olía a betún y un chaval con cara de alelado.
Los gorilas echaron la puerta al suelo con suma
facilidad, y así fue que Pedro Pedersen murió, a la edad de 17 años y 204 días,
con una entrada para un concierto de Michael Jackson en la mano, cantando Billy
Jean entre susurros, mientras un boxeador fracasado de Valdemoro le golpeaba
duro con un bate de béisbol comprado en el Alcampo, desfogándose por todas las
putadas que le había hecho la vida, por las indigestiones navideñas, las
telepromociones, la telebasura, el hilo musical del cercanías, las caras de
palo de los currantes en el metro por la mañana, y los sobacos sudados por la
tarde, las BigMac, los Flash, las nuevas generaciones del PP, los
ultracongelados, los relojes del centenario del Real Madrid, los potes de
mermelada de higo, la duquesa de Alba, el spam para alargamiento de pene, etc. No.
Mentira. En realidad nunca existió tal chico. No, nunca existió.
Nota: ver secuencia completa de notas sobre la breve y bizarra vida de Pedro Pedersen en el link:
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