La plancha de Pedro hace tiempo que desea huir, está cansada de ver siempre las mismas camisas. Al menos dos cosas la retienen: la primera es la escasa longitud de su cordón umbilical; la segunda, el volumen de su depósito tan pequeño, en el que cabe muy poca agua, y la inquietante incertidumbre al respecto de si puede proseguir su camino y sobrevivir sin uno ni la otra.
Afligida, desde su prisión figurada, observa el horizonte. No puede apartar de su cabeza la visión de los cadáveres de sus amigos peine y secador, que cree que perecieron en sus respectivos intentos de fuga, tiempo atrás, pues no volvió a recibir noticias suyas.
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