Este año he sufrido una operación en un ojo que todavía no se ha resuelto. Y tengo dolores en la pierna derecha, el tobillo, el pie. Pequeñas cosas. Cánceres de piel, aquí y allá. La muerte mordisqueándome los talones, avisándome. Soy un viejo chocho, eso es todo. Bueno, no pude matarme bebiendo. Estuve a punto, pero no lo hice. Ahora me toca vivir con lo que queda.
Bueno, hace 3 noches que no escribo. ¿Debo volverme loco? Hasta en mis momentos más bajos siento el burbujeo de las palabras dentro de mí, preparándose. No estoy en un concurso. Nunca quise fama ni dinero. Quería poner la palabra en la página como yo quería, eso es todo. Y tenía que poner las palabras en la página o me sentía superado por algo peor que la muerte. Las palabras no como algo precioso, sino como algo necesario.
Sin embargo, cuando empiezo a dudar de mi capacidad para trabajar con la palabra, simplemente leo a otro escritor y entonces sé que no tengo motivos para preocuparme. No compito más que contra mí mismo: para hacerlo bien, con potencia y fuerza y fruición y riesgo. De lo contrario, es mejor olvidarse.
(…) Las horas perfectas son las que paso delante de esta máquina. Pero hay que tener horas imperfectas para obtener horas perfectas. Tienes que matar 10 horas para hacer que otras 2 horas vivan. De lo que tienes que tener cuidado es de no matar TODAS las horas, TODOS los años.
Te preparas para ser escritor haciendo las cosas instintivas que te alimentan a ti y a la palabra, que te protegen de la muerte en vida. Para cada uno es diferente. Hubo un tiempo en que para mí significaba beber mucho, beber hasta la locura. Me ayudaba a afilar la palabra, a sacarla. Y necesitaba peligro. Necesitaba meterme en situaciones peligrosas. Con hombres. Con mujeres. Con automóviles. Con el juego. Con el hambre. Con lo que fuera. Alimentaba la palabra. Me pasé décadas así. Ahora ha cambiado. Lo que necesito ahora es más sutil, más invisible. Es una sensación que está en el aire. Palabras pronunciadas, palabras oídas. Cosas vistas. Sigo necesitando unos tragos. Pero ahora me van los matices y las sombras. Cosas de las que apenas soy consciente me alimentan con palabras. Eso es bueno. Ahora escribo un tipo de mierda diferente. Algunos se han fijado.
“Ha trascendido”, es lo que más dicen.
Soy consciente de lo que perciben. Yo también lo siento. Las palabras se han hecho más sencillas pero más cálidas, más oscuras. Me alimento de fuentes que nuevas. Estar cerca de la muerte te da energías. Tengo todas las ventajas. Puedo ver y sentir cosas que a los jóvenes se les ocultan. He pasado del poder de la juventud al poder de la edad. No habrá declive. No. Y ahora, si me perdonáis, me tengo que ir a la cama, es la una menos cinco de la mañana. Parloteando toda la noche. Reíos mientas podáis...
Bueno, hace 3 noches que no escribo. ¿Debo volverme loco? Hasta en mis momentos más bajos siento el burbujeo de las palabras dentro de mí, preparándose. No estoy en un concurso. Nunca quise fama ni dinero. Quería poner la palabra en la página como yo quería, eso es todo. Y tenía que poner las palabras en la página o me sentía superado por algo peor que la muerte. Las palabras no como algo precioso, sino como algo necesario.
Sin embargo, cuando empiezo a dudar de mi capacidad para trabajar con la palabra, simplemente leo a otro escritor y entonces sé que no tengo motivos para preocuparme. No compito más que contra mí mismo: para hacerlo bien, con potencia y fuerza y fruición y riesgo. De lo contrario, es mejor olvidarse.
(…) Las horas perfectas son las que paso delante de esta máquina. Pero hay que tener horas imperfectas para obtener horas perfectas. Tienes que matar 10 horas para hacer que otras 2 horas vivan. De lo que tienes que tener cuidado es de no matar TODAS las horas, TODOS los años.
Te preparas para ser escritor haciendo las cosas instintivas que te alimentan a ti y a la palabra, que te protegen de la muerte en vida. Para cada uno es diferente. Hubo un tiempo en que para mí significaba beber mucho, beber hasta la locura. Me ayudaba a afilar la palabra, a sacarla. Y necesitaba peligro. Necesitaba meterme en situaciones peligrosas. Con hombres. Con mujeres. Con automóviles. Con el juego. Con el hambre. Con lo que fuera. Alimentaba la palabra. Me pasé décadas así. Ahora ha cambiado. Lo que necesito ahora es más sutil, más invisible. Es una sensación que está en el aire. Palabras pronunciadas, palabras oídas. Cosas vistas. Sigo necesitando unos tragos. Pero ahora me van los matices y las sombras. Cosas de las que apenas soy consciente me alimentan con palabras. Eso es bueno. Ahora escribo un tipo de mierda diferente. Algunos se han fijado.
“Ha trascendido”, es lo que más dicen.
Soy consciente de lo que perciben. Yo también lo siento. Las palabras se han hecho más sencillas pero más cálidas, más oscuras. Me alimento de fuentes que nuevas. Estar cerca de la muerte te da energías. Tengo todas las ventajas. Puedo ver y sentir cosas que a los jóvenes se les ocultan. He pasado del poder de la juventud al poder de la edad. No habrá declive. No. Y ahora, si me perdonáis, me tengo que ir a la cama, es la una menos cinco de la mañana. Parloteando toda la noche. Reíos mientas podáis...
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