Ante la enorme dificultad de
encontrar algún otro medio de transporte para hacer el trayecto Latakia-Damasco, conseguimos
negociar con un taxista local que nos llevase en su cochecito Sabia Sapa, de
fabricación Siria-Norcoreana-Iraní (imposible concebir una mezcla de tecnologías más bizarra), por unos pocos dólares.
Y así, dentro de esa caja de cerillas con ruedas, bajo un
ardiente calor de primavera, nos pusimos en ruta ese immenso hombretón, con su cogote y nuca haciendo presión en
el techo, mi primo, yo mismo y nuestra maleta, que de tan grande que era nos cobraban
pasaje por ella –como si de una persona se tratase– en las furgonetillas que habíamos ido cogiendo en anteriores
desplazamientos.
Mientras abandonábamos Latakia y enfilábamos hacia el sur, podía sentir el chasis del sobrecargado cochecillo rascar el asfalto de las fastuosas autopistas sin carriles que Bashar al-Ásad había mandado construir, para mayor gloria de su dictadura socialista a punto de estallar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario