Para Pushkin, acostumbrado
a ese bourbon guatemalteco de ínfima calidad que le sirven siempre en Perdición, la sensación al beber cualquier
cocktail a más de 7 euros la copa es como
la de un yonki de Boadilla fumándose un porro liado con un billete de quinientos.
Es la condena inexorable de los años –y los excesos–: aquel chaval feroz que antes
lo petaba por las noches, se encuentra ahora solo en un rincón oscuro, sorbiendo
con una pajita esa pijada edulcorada que robó a una niñata pavoneándose por ahí
como si estuviera en una zapatería de moda. Pero a esas horas, la baja graduación
de ese mejunje es irrelevante, pues los taninos acumulados en su torrente
sanguíneo a lo largo del día ya surten efecto, y disparan su actividad
neuronal para exasperación del personal circundante, ya que a nadie, salvo a
alguna otra alma solitaria y/o desequilibrada, suele apetecer tener que soportar
sus diatribas de beodo; que si “jodido pensamiento positivo… la vida no se
gestiona… la vida se vive y luego se moja pan”, que si “no soy lo
suficientemente magnánimo como para hacer las paces conmigo mismo, como para
perdonarme”, etc. Vamos, esa clase de mierdas que uno no tiene muchas ganas de
escuchar, cuando se va por ahí de copas, por parte de un extraño que se toma
demasiadas libertades.
Por desgracia para todos,
Pushkin es un ser grandilocuente, que no se corta y se guarda para esas
ocasiones todas las perlas que le vienen a la cabeza durante el día, pensado
que, si no las compartiese con los demás, él se arrepentiría, y el mundo lo lamentaría.
Un creador –“Creo, luego existo”–.
La cosa no se suele poner violenta hasta que no se sincera con la novia
de algún mulo y le suelta aquélla de “Masturbarse pensando en ti es como cenar solo en el McDonalds’s, mirando una fotografía de un plato del Bulli”. Ahí ya sí
es habitual que vuele alguna botella, y Pushkin mismo o alguno que por
casualidad pasaba por ahí encaje algún puñetazo, en el mejor de los casos. De
todos modos, al ser reprendido por cualquiera –incluso sus pocos viejos amigos–
por su conducta y su relación incurable con el alcohol, él insistiría “Me pesan
los años y las caminatas, pero no los cubatas”, y fintaría con un zigzag de sus rodillas artríticas ese
campo de maleza baja y ortigas. “Deberías crear una cuenta de ahorros y guardar
ahí las lágrimas que te caen cuando no las necesitas, o en momentos estúpidos o
intrascendentes, como cuando se te cae una botella, pues tarde o temprano las
echarás a faltar… Y por supuesto, búscate un trabajo”. Resignado, él siempre gemiría
“América ya fue descubierta”, como agria metáfora de lo poco que puede hacer,
que nadie haya hecho ya.
Nota: de la serie "historias de Perdición"; aquí el resto: https://joseirojas.blogspot.com/2022/01/historias-de-perdicion.html
Copenhagen/København, Denmark (2009)
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