Recostado, casi con la
cara tocando al suelo, poniendo el oído junto al vómito, como si éste pudiera susurrarme qué sucede en mi interior.
Una noche de farra es como
quedarme a ver un piano que me cae encima desde un ático. Un macabro juego del gallina, en el que sólo puedo perder yo, terco como una mula sorda, ahí
plantado, con la vista hacia arriba y dolor en las cervicales, decidido a
apartarme apenas cuando logre confirmar, por la calidad de los acabados, si el
piano es un Bechstein o un Bosendorfer.
Subotica, Vojvodina, Serbia (2015)