Es fundamental mejorar la calidad (fiabilidad, frecuencia de paso, etc.) y reducir el precio del transporte público (no incrementarlo como se hace cada año), e implementar más medidas para reducir el volumen de circulación de vehículos privados en los centros urbanos (medidas valientes, aunque sean impopulares ¿tal vez imponer peajes como en Londres, UK, con los que financiar las rebajas del precio del transporte público?). Se debe fomentar nuevos patrones de conducta más ecológicos en lo referente a desplazamientos (más teletrabajo, más reducción de las emisiones contaminantes), con lo que se podrían lograr ciudades con una calidad de vida significativamente mayor: ciudades menos congestionadas por el tráfico, con menores volúmenes de ruido y contaminación, mejor conciliación laboral-familiar, etc. (recientemente la OMS superó por fin el tabú y se atrevió a publicar un informe en el que se concluye que la polución es la causa de tantas muertes como el tan denostado tabaco).
Si no comprendemos por las buenas que la energía y agua son bienes preciosos y no moderamos su consumo, otra opción impopular que habría que considerar es incrementar los impuestos sobre ambos, es decir, aumentar su precio, que no los beneficios de las eléctricas [cómo se nota que este viejo texto fue escrito antes de la crisis: lo último que le falta a la gente ahora es que suba más todavía la factura de la luz y agudizar la pobreza energética; pero lo que vengo a decir es que no debería haber término fijo –o apenas un término fijo muy pequeño, que es el que han estado subiendo de forma inhumana los últimos años para clavárnosla igualmente y compensar el descenso acusado de ingresos por descenso del consumo por falta de dinero de la gente–, y lo que sí debería subir mucho progresivamente es el término variable, asociado a la cantidad de energía que uno consume]. El agua nos parece un bien infinito y disponible a precio irrisorio. Y la energía que empleamos tiene un coste ecológico significante del que apenas ahora empezamos a darnos cuenta. Se necesitan importantes progresos en energías renovables. La energía que nos llega del Sol es limitada, y también la superficie terrestre disponible para la instalación de paneles solares y parques eólicos, así que estas tecnologías tienen hoy por hoy unos límites claramente definidos.
Algunas soluciones que se plantean para sustituir los combustibles fósiles no son la panacea. Por ejemplo, un vehículo eléctrico no produce emisiones contaminantes de forma directa, pero sí se producen dichas emisiones para generar la energía que lo mueve. Es decir, puede ser perfectamente posible que un coche eléctrico movido por electricidad que se ha generado en una central térmica (donde se produce electricidad mediante la quema de carbón) esté causando en realidad más emisiones nocivas que un vehículo de gasolina convencional equivalente. Además, si todos sustituyésemos de golpe nuestros vehículos de gasolina por otros eléctricos, es posible que la actual red eléctrica no dé abasto, ni tampoco tendríamos capacidad de producir suficiente energía eléctrica. Y se debe intentar amortizar más los recursos y energía invertidos en los coches que ya están en funcionamiento (un estudio hace 5 años afirmaba que sólo se debía cambiar un coche por uno más ecológico al cabo de 20 años de usar el primero, porque en caso contrario no se conseguía contrarrestar con el menor consumo del nuevo coche todas las emisiones asociadas a su fabricación y puesta en circulación cuando en realidad podríamos haber seguido usando el anterior).
Como dijo un experto (Steven Rogak) como conclusión a una conferencia, se pueden introducir leves mejoras con el uso del biodiesel, vehículos a gas o eléctricos (esto sí, vigilando muy bien cómo se produce la energía con la que cargamos la batería), etc., pero la verdadera revolución y lo único que de verdad puede reducir dramáticamente las emisiones es el cambio de nuestros patrones de vida (compartir el coche y llenarlo para ir al trabajo, en lugar de cada uno en el suyo, más teletrabajo, etc.). En definitiva, es imprescindible cambiar nuestro modelo de sociedad, nuestros patrones y conductas de vida y de consumo.
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