Al contrario de lo que se dice, soñar no es gratis. Tiene un precio que paga tu cordura.
Y no lo hace por placer, sino a disgusto, como un compadre despistado que sale el último de un tugurio, y descubre que le toca pagar la cuenta de la mesa, cuando los demás ya hace rato que se fueron sigilosamente.
Tomar, Portugal (2011)
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