domingo, 9 de marzo de 2025

el tío José Mari en la India

Según contaba la leyenda cuando éramos niños, al tío lo drogaron en la India poniéndole algo en la copa. Por muy tópico que suene, lo cierto es que la familia le perdió la pista durante años, hasta que llamó a la puerta –bueno, al teléfono por cable colgado en la pared del pueblo– un alemán que se dedicaba a rescatar occidentales enajenados de esos que, allá por los 70 y 80, desaparecían por decenas de miles cada año en dicho país, flipados hasta las cejas con tanto yogui, hierbas, batido de yogur y karma del bueno.

El tema era que, al parecer, nuestro tío había enloquecido por el cóctel de alucinógenos que supuestamente le habían suministrado sin él saberlo, y que su organismo no había podido soportar. Por lo visto, Gunther –vamos a decir que así se llamaba el alemán– contó a la familia que lo había encontrado catatónico y sin ropa, empapado y congelado, en una insalubre prisión de Nepal, mientras que a la mujer que lo había acompañado en ese viaje, su pareja por entonces, tirando del hilo aquí y allá, la había encontrado de puta en Calcuta –sí, rima, pero no deja de ser muy triste–.

Así pues, gracias a la labor incansable y altruista de Gunther, algunos años después de haber desaparecido del mapa, los pudieron traer de vuelta. No sé muy bien cómo lo lograron, si fue con la cobertura de la ONG del alemán, o la familia tuvo que reunir un capital económico importante, que es lo más probable, pero, mezclando mis recuerdos de infancia, sueños, realidad y ficción, y ganas de escribir algo más, prefiero creer que el mítico héroe alemán, barbudo y portentoso, los trajo por libre en sus brazos, nadando, pedaleando y remando él solo por todo el subcontinente, apartando la maleza y los mendigos con sendos machetes, liándose algún pitillo y tomándose algún lassi de tanto en cuanto, como si de las doce pruebas de Heracles se tratase, para todo lo cual, por supuesto, contaba –necesitaba contar– con seis, siete u ocho brazos (tres de ellos siempre ocupados liando los pitillos, que es muy complicado), como todo dios de la mitología hindú que se precie.

Como ya avanzaba antes, el pobre tío José Mari volvió esquizofrénico por el brote psicótico que el potente estupefaciente le provocó. Y así se pasó el resto de su vida conocida, aunque medicado para intentar aliviar los síntomas y mitigar y posponer sus crisis, viviendo muchos de esos primeros meses tras su regreso en el piso de mis padres, cuidado por mi madre, o, al menos, gran parte de los fines de semana, que a mi hermana y a mí nos largaban a casa de otras personas para que no estuviésemos expuestos en demasía a los aspectos más negativos de esa convivencia impuesta. Nosotros sin enterarnos de nada, pequeños como éramos, claro. Así, solo años después entendí eso de ir a pasar tantos findes a casa de Aleix o de Pau, a los padres de los cuales les estoy muy agradecido por todo el tiempo que me acogieron, y lo bien que me lo pasé en sus casas.

Mucho más tarde aún (de hecho, fue a principios 2022, si no recuerdo mal), en lo que supuso un increíble giro de guion inesperado en dicha historia, propio del más sorpresivo de los de Hollywood, supe acerca de la serie “The Serpent”, disponible en Netflix, sobre la vida de Charles SOBHRAJ (ver link), un ciudadano francés de origen indio-vietnamita que se dedicó a drogar, robar, secuestrar y matar a turistas occidentales en varios países del sudeste asiático en los 70 y 80; países como Nepal (!), India (!), Tailandia, etc.

Así, de repente, volvió a cobrar verosimilitud la posibilidad de que nuestro tío no fuese víctima de sus propios excesos, como habíamos empezado a sospechar ya de mayores, sino que efectivamente alguien lo drogase de verdad, siendo cierto entonces el topicazo que nuestros padres y madres nos habían contado siempre de pequeños, en lo que ya más maduros habíamos supuesto que se trataba claramente de una estratagema para mantener intacta nuestra virtuosa inocencia, protegernos de una verdad dolorosa, y mantener las apariencias en el pueblo, por el miedo al famoso “qué dirán”.



Delhi, India (2010)