Una de las experiencias más graciosas y curiosas que recuerdo de mi
viaje por Siria tuvo lugar en el zoco de Aleppo; concretamente, en una pequeña tienda de ropa de
hombre, donde mi primo se adentró con el propósito de comprarse unos pantalones, mientras yo esperaba sentado fuera en el pasaje. Aunque haré un intento, es muy difícil explicar con palabras la escena que se desarrolló a continuación, y seguro que éstas no
harán honor a lo cómica que fue: el hecho es que, en esa minúscula tienda de –sin exagerar– no más de 2 metros cuadrados, cuatro
o cinco hombretones sirios anchos como armarios (de los que tres o cuatro eran los dependientes, aseadamente trajeados), y mi primo, intentaban desplazarse de un lado a
otro de la estrecha tienda para repasar, mirar o coger las prendas de los percheros, sin chocar unos con otros, mirándose
por el rabillo del ojo y moviéndose como si fueran piezas de un Tetris en
perfecta sincronía, a veces unos adelante y otros atrás, y otras veces lateralmente, como los
cangrejos, o incluso pivotando ángulos de noventa grados, como si fueran grandes puertas vestidas de pana con bisagras
imaginarias. Me reconforta pensar que esa tienda seguramente seguirá en pie en Aleppo, tan castigada por los 10 años largos de guerra, pues la
probabilidad de que las bombas hayan acertado en ese recinto tan pequeño es ínfima.
Nota: Pongo aquí un par de links a videos que me han venido a la cabeza, mostrando situaciones que creo parecidas a lo que explico: aquí Chaplin, el boxeador, y el árbitro (https://www.youtube.com/watch?v=vCu8qj31UJk) y el camarote de los hermanos Marx (https://www.youtube.com/watch?v=-lPZhdOLBTc).
Great Bazar of Aleppo, Aleppo, Syria (2010)
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