Es sólo un instante. Un breve destello. Nada más. Los tendones tirantes en la muñeca. Parece que fueran a rasgar la piel acto seguido. El puño cerrado. Mi cuello gira siguiendo la parábola perfecta que describe hasta la tocha de ese imbécil. Y las vértebras no se detienen ahí. Acompañan la subsiguiente explosión de perdigones de sangre y saliva, y esa cara deforme. Fuegos artificiales. Asesté un golpe. Nada más. Pero el hipotálamo recibió la noticia con manifiesta algarabía.
Jaisalmer, India (2010)
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