El pobre hombre, larguirucho pero encorvado, se parecía a su bastón. Profeta de la heterodoxia, sólo era capaz de pensar cuando estaba en movimiento rectilíneo, por lo que sus contertulios quedaban ya muy lejos cuando al fin podía detener su zancada y vocalizar sus réplicas y teorías. Así es que, por suerte o por desgracia, nunca pudo completar una discusión, por lo que nunca pudo convencer a nadie de nada, ni nadie le alzó la mano o la voz más de lo debido, salvo para gritarle que no huyese.
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