No sólo lo dejaste a él,
cuando tu cabellera
desafió a Céfiro,
me dejaste a mí también.
Como el gramófono viejo,
me arañabas.
Los motivos siempre
fueron lo de menos.
Ese era nuestro pequeño incendio,
las lenguas que recorrieron
con insidia nuestros cuerpos.
Mi piel que te llevaste
bajo las uñas,
las lágrimas
tras tus huellas.
No sólo lo dejaste a él.
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